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DON PEPPE DIANA: POR AMOR AL PUEBLO

  • Foto del escritor: Lucas Manjon
    Lucas Manjon
  • 20 mar
  • 25 Min. de lectura
Don Giuseppe Peppe Diana fue un sacerdote italiano que dedicó su vida a la lucha contra la Camorra, la mafia napolitana. Se convirtió en una figura clave en la denuncia del crimen organizado en su comunidad. Desde su parroquia, abrazado al pueblo, utilizó la palabra y la acción para oponerse a la violencia, la corrupción y la opresión de la mafia sobre los jóvenes y las familias de la región. Aqui parte de su historia.
Peppe Diana: por amor al pueblo.
Peppe Diana: por amor al pueblo.

Se despertó muy temprano como era su costumbre, la cual no había adquirido durante su etapa como seminarista, sino en su vida como campesino, ayudando a sus padres y hermanos menores en los terrenos que la familia Diana tenía en Casal di Principe. La Iglesia de San Nicola de Bari, también en Casal di Principe, estaba a su cargo desde hacía casi cinco años. Como en la mayoría de las iglesias en Italia y sobre todo las que están al sur de Roma, las misas y ceremonias se repiten por lo menos dos veces al día, a la mañana bien temprano y a la tarde, ya más cerca de la noche. En algunas ocasiones, hasta tres misas por día. Cerca de las seis de la mañana había ingresado a la Iglesia y se había dirigido directamente hacía la sacristía. Varios minutos transcurrieron dentro de aquel lugar tan especial en una Iglesia. La sacristía es un espacio que puede llegar a ser el más sagrado de la Iglesia, sobre todo en aquella instrumental arquitectura social en la provincia de Caserta. La mayoría de los presentes a esas horas tan tempranas eran mujeres mayores, con la espalda erguida algunas y encorvadas otras, con brazos escuálidos o rechonchos, según la estructura muscular que habían desarrollado como consecuencia del trabajo -o los trabajos- que durante  décadas debieron realizar día tras día; todas ellas llegaban hasta la Iglesia, ocupaban siempre el mismo lugar, en el mismo banco, en el mismo sector del largo banco de madera, se arrodillaban frente a la cruz, se persignaban y comenzaban a rezar. Algunas agradecían alguna buena noticia, otras pedían una mejora en las condiciones económicas o en la salud maltrecha de algún familiar, hasta podían llegar a rezar por el milagro de la absolución o la reducción de la condena de algún otro familiar que haya sido detenido por algún delito de tipo mafioso. Un fotógrafo había llegado temprano y se encontraba en la sacristía, ese lugar que además de ser sagrado, suele estar reservado para el sacerdote, sus asistentes y los feligreses de mayor confianza y participación. Como era amigo del sacerdote, el fotógrafo Augusto Di Meo tenía acceso a ese espacio.


Desde la mañana temprano, mucho antes de que hubiera llegado, en la plaza frente a la Iglesia ya se encontraba un auto estacionado con varias personas en su interior. Una de ellas, a las 7:22 o 7:23 de la mañana, de aproximadamente cuarenta años, con el pelo largo y con una campera negra, bajó del auto, cruzaba la plaza caminando con cierta pereza -o tranquilidad- y llegaba hasta la puerta principal de la Iglesia San Nicola de Bari en Casal di Principe. Ingresaba a la Iglesia, caminaba lentamente a través de la inmensa nave en la cual siempre se reunían diariamente decenas de feligreses y en la cual estaban las señoras mayores con la espalda encorvada o erguida rezando, y llegaba hasta la sacristía. A las 7:25, tres minutos después de haber bajado del auto, el hombre de cuarenta años, con pelo largo y campera de cuero abría la puerta de la sacristía mientras el sacerdote se colocaba la estola sobre sus hombros para dirigirse a dar la misa matutina. “¿Quién es Don Peppe?” preguntó estúpidamente sin siquiera notar la ropa con la cual se encontraba el sacerdote. Don Giuseppe Peppe Diana se daba la vuelta y contestaba “Soy yo”. Ante la respuesta, el visitante sacó una pistola semiautomática calibre 7.62 y disparó cuatro tiros a la cabeza del sacerdote. El diablo sonreía en la casa de Dios. El asesino, el mafioso, el camorrista había asesinado al sacerdote que ochocientos quince días antes había denunciado a la Camorra, a la organización mafiosa de la región de Campania en todas las parroquias de la región de Aversa al mismo tiempo, el día de Navidad, acusándola de desintegrar a las instituciones civiles y del Estado, en su propio beneficio y en el de los políticos y empresarios corruptos.


Giuseppe Diana nació el 4 de julio 1958 en la localidad de Casal di

Un joven sacerdote Giussepe Diana con la mirada siempre en los humildes.
Un joven sacerdote Giussepe Diana con la mirada siempre en los humildes.

Principe, en lo que se podría decir un pueblo, ya que en ese entonces contaba con menos de quince mil habitantes, y formaba parte de un espacio geográfico que se caracterizaba por el trabajo duro, cualidad o penuria que le otorgaba la dudosa reputación de ser parte de la llamada Terra de Lavoro. Su padre Gennaro y su madre Yolanda eran agricultores que con sus manos trabajan las tierras que habían logrado adquirir; para otros eran pequeños terratenientes. Giuseppe era el primer hijo de los tres que finalmente iban a tener en el matrimonio. Escuela media y superior a unos pocos kilómetros de su casa, en el seminario de Aversa, la vocación de Peppe se definía hacía Dios y su obra. Se licenciaba en Teología Bíblica, su primera formación en estudios superiores la alcanzaba en tiempo y forma, pero se decidia a estudiar Filosofía en la Universidad Federico II de la ciudad de Nápoles. El caminar utilizando como guía la palabra de Dios desde muy joven lo acercaba a los distintos espacios religiosos y sociales que en Casal di Principe intentaban acompañar a una comunidad rehén de la pobreza, y de la desprotección de un Estado que favorecía y al mismo tiempo era absorbido por una organización criminal como la Camorra, que controlaba el narcotráfico, la extorsión, el contrabando, el tráfico de basura, la trata de personas, el trabajo esclavo y desviaba los recursos públicos nacionales, regionales, provinciales y municipales a su favor.


La Camorra desde su origen se nutre de los más jóvenes, de los excluidos, de quienes succionan la sangre que necesariamente necesita para poder seguir existiendo. Con ganancias criminales exorbitantes, jamás llegó a representar la atención que si se le brindó a la mafia siciliana -o actualmente a la mafia calabresa-, aunque es la organización mafiosa italiana que mayor cantidad de muertos tiene en su largo historial criminal. La mayoría de esos muertos son víctimas inocentes o jóvenes marginados que después de llevar a cabo pequeñas y peligrosas actividades criminales, aspiran a formar parte de una familia -como la mafia autodenomina a sus clanes-, que les pudiera garantizar un corto periodo de estabilidad económica para él y su familia. En los tiempos en que Don Peppe se preparaba en su tarea pastoral, el reclutamiento de jóvenes por parte de los clanes camorristas en guerra desde 1978, era particularmente acelerado. Varios clanes se agrupaban en una organización autodenominada Fratellanza Napoletana -aunque la prensa la nombraba y la terminaba popularizando como Nuova Famiglia- con el objetivo de enfrentar a los clanes de la Nuova Camorra Organizzata, dirigidos y encabezados por Raffaele Cutolo. Como toda guerra, se convertía en una masacre interminable. Jóvenes desposeídos con aspiraciones de mejoras en su nivel de vida, aspirantes a camorristas, algunos pocos jefes y sobre todo muchos inocentes morían en los cinco años que duraría esa guerra.


Analizando la situación, guiado en el Evangelio, pero especialmente viviendo y sufriendo la realidad junto a los más humildes de Casal di Principe, entre todos los espacios y asociaciones con los que Don Peppe se vinculaba, la Asociación de Guías y Scouts Católicos Italianos (AGESCI) era para él la que más lo atraía. La dedicación y el empeño por acompañar a los jóvenes a través de los scouts lo llevaban a incorporarse formalmente a esa organización en 1978, casi al mismo tiempo en que se desataba la guerra entre la Nuova Famiglia y la Nuova Camorra Organizzata. Cuatro años de trabajo orientado y junto a los jóvenes mientras terminaba el seminario le daban forma al carácter de Don Peppe frente a los problemas que fundamentalmente los más humildes de la región de la Campania sufrían. Se ordenaba como sacerdote el 14 de marzo de 1982 y su relación con las instituciones que trabajan para quienes debieran ser los primeros en la Iglesia se volvía más cercana. Don Peppe se convertía en el capellán de la Unión Nacional Italiana para el Transporte de Enfermos a Lourdes y Santuarios Internacionales (UNITALSI), una asociación particularmente cercana a los enfermos y discapacitados, que en las zonas controladas por la mafia se encontraban condenados a nacer y vivir en el mismísimo infierno. El vínculo con los scouts también se hacía mucho más profundo. Se transformaba el asistente eclesiástico del grupo Scout de Aversa y del grupo Foulard Bianchi, desde donde generaba actividades sociales, educativas, deportivas y reflexivas que buscaban emerger los intereses y los talentos que tenían todos esos jóvenes; la estrategia buscaba vehemente impedir o por lo menos dificultar el reclutamiento camorrista.

Foto aérea de Villaggio Coppola, una urbanización construida en los años setenta de la que luego se apropió la Camorra. Foto de Paolo Manzo para el diario El País (ESP).
Foto aérea de Villaggio Coppola, una urbanización construida en los años setenta de la que luego se apropió la Camorra. Foto de Paolo Manzo para el diario El País (ESP).

Aquella guerra camorrista -una de las tantas que la historia mafiosa tiene-, Don Peppe la atravesaba junto a los jóvenes, trabajando en las diferentes instituciones de la Iglesia. La guerra terminaba cuando los mafiosos agrupados en torno a la Nuova Famiglia se imponían como vencedores, aunque ello no traía aparejada la paz que soñaban fundamentalmente quienes no estaban involucrados en la guerra. El control de una gran parte de la Camorra seguía estando en disputa y nuevamente las alianzas entre planes se reconfiguraban. Uno de los sectores históricamente poderosos y violentos, con un alto poder de fuego era el del llamado “clan de los casalesi”, con asiento de origen en Casal di Principe y San Cipriano d'Aversa, localidades de la provincia de Caserta. Históricamente controladores del mercado agrario de la productiva en la Terra di lavoro, estos clanes de la rica y empobrecida región estaban al mando de Antonio Bardellino, a quien se lo identifica como el fundador de este poderoso clan. Bardellino expandía el poder de su clan, pero también lo concentraba y el malestar criminal empresarial crecía subterráneamente hasta que se desatara una nueva guerra mafiosa que se opusiera a su mandato. Esa situación se desataba unos pocos años después y por decisión de los propios lugartenientes de Bardellino que pergeñaron un plan detallado elaborado y posteriormente ejecutado plan para asesinar al capo que tanto había aumentado su poder dentro de la organización y que no gustaba de compartirlo con el resto. Aparentemente Bardellino terminaba siendo asesinado en 1988 por el hermano de una de sus tantas víctimas -también camorrista-, que a su vez era uno de sus lugartenientes y que había sido instigado a cometer aquel crimen por una figura prominente del crimen organizado en la región de Caserta; Francesco Sandokan Schiavone. Muerto o asesinado Bardellino -su cuerpo nunca fue encontrado-, su asesino parecía haberse hecho con el control del clan en un acuerdo con Schiavone. La alianza gubernamental del crimen en Caserta desataba una nueva ola de crímenes y violencia con el objetivo no solo de multiplicar las ganancias criminales, sino también para disciplinar y enviar mensajes de fuerza extrema y demoníaca a sus enemigos, pero en especial, a sus aliados que pudieran llegar a pensar que podían hacer que lo ellos habían hecho. Esos mensajes de guerra que se materializaban en incontables homicidios y desapariciones transformaban a Aversa en la región con mayor número de homicidios registrados de toda Europa, superando a los estados balcánicos en donde se comenzaba a mostrar los primeros síntomas de violencia que terminarían en guerra dos años después.


Peppe Diana en un campamento junto al grupo scout.
Peppe Diana en un campamento junto al grupo scout.

El 19 de septiembre de 1989, Don Peppe era designado como el párroco a cargo de la Iglesia San Nicola di Bari en Casal di Principe, la ciudad en la que había nacido, en la que se había criado y a la cual esperaba rescatar de las manos de la mafia. También era designado como secretario del obispo a cargo de la diócesis de Aversa, una circunscripción eclesial que abarca territorialmente a la mayor parte de los municipios de la provincia de Caserta -incluidos Casal di Principe y San Cipriano d'Aversa, núcleo y bastión del poder casalesi- y a un gran número de comunas de la región metropolitana de la ciudad de Nápoles. Con la convicción sólida de intentar impedir el abastecimiento de carne a la Camorra, Don Peppe además de sus obligaciones eclesiásticas, trabajaba como profesor de literatura y religión en algunos liceos e instituciones religiosas de la zona. El compromiso y la claridad mental respecto de las necesidades y las acciones que se debían llevar a cabo para enfrentar al poder mafioso surgían su vínculo diario y sin intermediarios con los más humildes, con los que habitaban la periferia y que buscaban un pastor para sublevarse ante la injusticia.


Cuando Don Peppe asumía la responsabilidad de guiar a la Iglesia en Casal di Principe, la Camorra entraba en una nueva fase de negocios y por supuesto, de violencia. Tras el asesinato del jefe y fundador del clan, los nuevos capos de la Camorra no quedaban conforme con el ordenamiento y se decidían emboscarse mutuamente. Sandokan Schiavone que contaba con un aliado clave como ser su primo Francesco -el alcalde de Casal di Principe- se disponía a asesinar a Vincenzo De Falco, un boss camorrista que intentaba controlar al clan de los casalesi. En el primer intento fallaba. Había convocado a una reunión en la casa de un concejal del municipio de Casal di Principe, pero De Falco desconfiaba de la misma y le avisaba a la policía. En la fallida emboscada, Schiavone terminaba siendo arrestado y enviado a la cárcel en prisión preventiva. La respuesta de Schiavone no tardaba en llegar. En un segundo intento por asesinar a De Falco, el sector de Sandokan Schiavone -el más poderoso de los casalesi- finalmente lo lograba asesinar mediante un ataque con fusiles soviéticos Kaláshnikov, el arma que comenzaba a estar de moda entre los mafiosos y que se desesperaban por comprar. El asesinato de De Falco y una serie de circunstancias que para un camorrista normal podrían haber sido trágicas, a Francesco Sandokan Schiavone le entregaba el control único y total del clan Casalesi y también una de las sillas importantes en la mesa de la Camorra.


Con el poder real y simbólico de los casalesi concentrado en las manos de Schiavone, el tráfico de drogas, armas, basura y personas, la usura y el trabajo esclavo, la extorsión y la expoliación de recursos enviados por el gobierno nacional destinados a la reconstrucción de una gran parte de las regiones de Campania, Basilicata y Foggia afectadas por el terremoto del 23 de noviembre de 1980. La influencia y sobre todo el pánico que imponía la figura seudo demoníaca de Schiavone liquidaba las palabras de una población aterrorizada que se negaba a tan siquiera susurrar la palabra Camorra. Sobre ese miedo, Don Peppe se decidía a intervenir. En cada homilía, en cada reunión se decidía a nombrar a los gritos a la Camorra, a denunciar sus crímenes, exigiéndoles que se arrepientan y se abstuvieran de continuar con sus actividades criminales. Criticaba públicamente a los camorristas y también apuntaba a los funcionarios que por corrupción, miedo o inoperancia se vinculaban con la Camorra. Don Peppe entendía que el Evangelio además de reconfortar y guiar el alma -y sobre todo la conducta de las personas-, lo obligaba a denunciar el abuso criminal y político que sufría su comunidad.  Ante todos y cualquiera, en todos los espacios y en cualquiera de ellos en los que podía hacer uso de la palabra repetía que “el profeta debe actuar como centinela: si ve la injusticia, la denuncia y recuerda el plan original de Dios, así como lo ha dicho el profeta Ezequiel”.


Don Peppe era un hábil y ávido escritor. Siempre con papel y lápiz cerca suyo, muchas de sus homilías se transformaban en panfletos que se distribuían durante la misa y a la salida de la Iglesia. Uno de los más duros de esos panfletos fue aquel al que tituló “Basta ya a la dictadura armada de la Camorra”. Lo apoyaban y lo suscribían con la firma al pie, varias de las comunidades parroquiales que se comenzaban a sumar una tras otra, a las acciones que Don Peppe encabezaba. Como parte de su gusto por la escritura también colaboraba con una revista social de tirada mensual llamada "Lo Spettro". En ella también realizaba serias acusaciones contra los sectores corruptos o ineficientes del Estado que tenían vínculos con la Camorra, obviamente también lo hacía contra la propia Camorra, pero con más tiempo y espacio, en aquellas publicaciones se permitía proponer herramientas y procesos que pudieran ser parte de la solución a la violencia camorrista; en todas ellas hacía hincapié en el rol que debían ocupar los jóvenes.


Los hechos trágicos vinculados a la guerra interna de los casalesi seguían entregando como ofrenda el cuerpo de inocentes. El 21 de junio de 1991, en uno de los tantos tiroteos por el control del territorio, un joven testigo de Jehová, albañil, de veintitrés años -Ángelo Riccardo-, era asesinado y se convertía en una de las tantas víctimas inocentes de la Camorra. “No me importa quién es Dios. Me importa de qué lado está” eran las palabras que Don Peppe pronunciaba en relación con el crimen de Ángelo. En un pueblo donde el diablo se comportaba como su dueño, las declaraciones, las denuncias, el llanto, el dolor y las palabras cargadas de amor del sacerdote llegaban a los lugares más recónditos de Italia, pero también hasta Roma. Aquel folleto sobre la dictadura camorrista provocaba vibraciones que afectaban la estructura política romana, y bien por conveniencia o por convicción, el 29 de septiembre de 1991, los municipios de Casal di Principe -gobernado por el primo de Sandokan Schiavone-, el de Mondragone y el de Casapesenna eran disueltos por las autoridades nacionales al comprobarse la infiltración mafiosa dentro de la estructura gubernamental de esos municipios.


La Iglesia de la cual estaba a cargo Don Peppe era una Iglesia de puertas abiertas. Los primeros lugares estaban reservados para los más frágiles, para los destruidos, los discapacitados, los inmigrantes -sobre todo los “hermanos africanos”-, que eran tratados para luego ser explotados laboralmente en la agricultura, en el enterramiento ilegal de basura, en los talleres de confección de prendas de vestir clandestinos, en la venta ambulante y en las canteras cementeras. La Camorra a diferencia de otras organizaciones mafiosas de por aquellos años, también controlaba la trata de mujeres que luego eran explotadas sexualmente en los prostíbulos de la Campania y la zona baja del Lazio. Don Peppe hacía las denuncias públicamente, de pie, frente a la comunidad y los camorristas, pero también en los artículos que escribía para la revista. “La Camorra llama 'familia' a un clan organizado con fines criminales, en el que la lealtad absoluta es ley, se excluye cualquier posible expresión de autonomía, no sólo la posibilidad de deserción, sino también la posibilidad de conversión hacía la honestidad, se la considera una traición digna de muerte. La Camorra utiliza todos los medios para extender y consolidar ese tipo de familia, explotando incluso los sacramentos. La Camorra pretende tener una religiosidad propia, logrando a veces engañar, además de a los fieles, también a pastores de almas incautas o ingenuas”. Aquellas palabras apuntaban a reforzar la declaración que diez años antes había emitido la Conferencia Episcopal de la Campania contra el fenómeno de la Camorra y a la cual habían titulado con la frase “Por amor a mi pueblo, no callaré” del profeta Isaías. En ese documento transgresor de la Iglesia, uno de los primeros emitidos frente al fenómeno mafioso en el cual se denunciaba al fenómeno camorrista, a sus cómplices en el Estado y se interpelaba a la propia Iglesia y a las comunidades en torno a ella a trabajar para revertir las causas sobre las cuales se alimentaba la organización mafiosa.

Don Peppe Diana junto al obispo y las fuerzas de seguridad de Caserta.
Don Peppe Diana junto al obispo y las fuerzas de seguridad de Caserta.

A fines de 1991, el trabajo de todos esos años, realizado en cada uno de esos lugares que visitaba diariamente Don Peppe lo llevaban a poder hablar en todos esos lugares al mismo tiempo. Su palabra no se circunscribía a los hombres, mujeres, jóvenes y niños miserables de una pobreza ajena y evitable a los que siempre se dirigía. Lograba hablarle a Italia, a la Campania, a Caserta, a la Iglesia, a todas las comunidades y a la Camorra al mismo tiempo. Golpeaba con sus palabras a cada uno de ellos. Junto a los otros párrocos de Casal di Principe, de Aversa y del decanato de Casal di Principe, en la misa de Navidad de 1991, en la misa de la noche, la más importante del año, a la cual, por lo general toda la comunidad intenta asistir de una u otra manera, como parte de la homilía se leía una carta que Don Peppe había escrito y que sus hermanos en la fe apoyaban. Con el nombre “Por amor a mi pueblo, no callaré” -en clara relación con el documento de la Conferencia Episcopal de la Campania diez años antes-, las palabras escritas en esa carta se transformaban, en la boca de cada uno de los sacerdotes, en una manifestación amplificada y directa en contra de la Camorra y su sistema criminal. La carta, que se transformaba en varías homilías al mismo tiempo comenzaba con una descripción sobre la Camorra, haciendo una descripción concisa y sumamente precisa de las actividades criminales y el mecanismo que ésta tenía.


(...) “La Camorra es hoy una forma de terrorismo que infunde miedo, impone sus leyes e intenta convertirse en un componente endémico de la sociedad de la Campania”. (...) “Los camorristas imponen reglas inaceptables con la violencia, con las armas en la mano: extorsiones que han visto nuestros territorios convertirse cada vez más en zonas subvencionadas, asistidas sin ninguna capacidad autónoma de desarrollo; sobornos del veinte por ciento o más sobre las obras de construcción, lo que desalienta al empresario más atrevido; tráfico ilícito para la compra y venta de sustancias estupefacientes cuyo consumo produce grandes cantidades de jóvenes marginados y trabajadores a disposición de las organizaciones criminales; enfrentamientos entre distintas facciones que golpean como verdaderos azotes devastadores a las familias de nuestras zonas; ejemplos negativos para todo el segmento adolescente de la población, verdaderos laboratorios de violencia y crimen organizado”.

La carta continuaba con párrafos todavía más duros y precisos sobre el fenómeno mafioso. Seguía denunciando la responsabilidad y la complicidad que existía con la mafia por parte de un sector cada vez más grande del Estado.


(...) “Ahora está claro que la desintegración de las instituciones civiles ha permitido la infiltración del poder de la Camorra a todos los niveles. La Camorra llena un vacío de poder en el Estado que en las administraciones periféricas se caracteriza por la corrupción, la dilación y el favoritismo”. (...) La Camorra representa un Estado desviado paralelo al oficial, pero sin la burocracia y los intermediarios que son la lacra del Estado legal. (...) “La ineficiencia de políticas de empleo, de salud, etc., solo pueden crear desconfianza en los habitantes de nuestros países, una preocupante sensación de riesgo que se hace más fuerte cada día que pasa, la protección inadecuada de los intereses y derechos legítimos de los ciudadanos libres. Las deficiencias de nuestra acción pastoral deben convencernos también de que la Acción de toda la Iglesia debe hacerse más incisiva y menos neutral para permitir a las parroquias redescubrir esos espacios para una “ministerialidad” de liberación, de promoción humana y de servicio”. (...) Tal vez nuestras comunidades necesitarán nuevos modelos de comportamiento: ciertamente de realidad, de testimonios, de ejemplos, para ser creíbles.

La carta continuaba con un llamamiento al compromiso por parte de los cristianos para sostener las denuncias y los reclamos frente a las injusticias. Los párrafos subsiguientes se convertían en un llamamiento a replicar testimonios valientes, de la comunidad en general, pero sobre todo de los pastores de la Iglesia.


(...) “Dentro de unos años, no quisiéramos golpearnos el pecho con culpa y decir con Jeremías: “nos hemos quedado lejos de la paz… nos hemos olvidado del bienestar”. (...) “La experiencia continua de nuestro vagar incierto, de arriba abajo… de nuestra dolorosa desorientación sobre lo que debemos decidir y hacer… son como ajenjo y veneno”.

La carta leída por los sacerdotes se transformaba automáticamente en un hito en la lucha contra la mafia. La confusión se apoderaba de la comunidad que no sabía cómo reaccionar y mucho menos cómo iba a reaccionar la Camorra.


“Donde no hay Estado hay Camorra” era la frase que frecuentemente se podía leer en el diario del juez Rosario Livatino, asesinado por la mafia siciliana en septiembre de 1990. Eran palabras y conceptos que también Don Peppe hacía suyas e intentaba reproducirlas y esparcirlas. “Donde el Estado está ausente, la Camorra florece. Donde faltan reglas, donde no exista la ley se imponen la no ley y la opresión. Necesitamos llegar a la raíz de la Camorra para sanar la raíz podrida”. Esas frases formaban parte de una entrevista realizada en el año 1992 y en la cual Don Peppe explicaba su idea sobre las instituciones como la Iglesia y el Estado. Una Iglesia comprometida de manera diferente en este frente podría hacer mucho. Debemos dar más testimonio de una Iglesia al servicio de los pobres, de los más desfavorecidos, donde reina la pobreza, la marginación, el paro y la miseria, es fácil que nazca y se desarrolle la mala planta de la Camorra”. El rol del Estado en la lucha contra el crimen organizado y sobre todo en la precaución respecto de la actitud que el Estado debía tener para que la Camorra no se siguiera expandiendo y que resultaba ser la mayor preocupación de Don Peppe y del movimiento antimafia que se estaba gestando. “A los políticos viejos y nuevos les decimos: 'No improvisen más, no es posible gobernar sin programas, sin una verdadera escuela política. Invitamos a los jóvenes a dar un paso al frente, a hacer oír su voz y a participar en el diálogo cultural, político y civil de la vida municipal”. Los mensajes de Don Peppe siempre terminaban dirigiéndose hacia los camorristas. Apelaba al arrepentimiento y al perdón, si esa retractación era sincera. “Por último, invitamos a los camorristas a mantenerse al margen, a no contaminar y a hundir una vez más este querido país nuestro, que ahora sólo necesita Resurrección”.

Peppe Diana: por amor al pueblo
Peppe Diana: por amor al pueblo.

Los años noventa eran de gran conmoción para Italia. En Caserta, Sandokan Schiavone había recuperado la libertad por última vez, después de cumplir una breve condena por posesión ilegal de armas y tiroteo en un lugar público. No había sido condenado por pertenecer a una asociación mafiosa ya que su apelación había recaído en el despacho del magistrado Corrado Carnevale, el juez de Casación apodado como “el mata sentencias”. En la calle, Schiavone le daba un nuevo impulsó las actividades criminales del clan y lograba diversificar sus mecanismos de lavado de dinero en varios países de Europa, América Central y América del Sur. Mientras tanto en Sicilia, la Cosa Nostra, la mafia siciliana comenzaba una serie de ataques contra funcionarios del Estado -sobre todo judiciales-, periodistas y activistas que se enfrentaban a ella. Entre todos los asesinatos que se habían perpetrado, los de mayor impacto y conmoción fueron el de Giovanni Falcone, su esposa y sus escoltas el 23 de mayo de 1992 y el de Paolo Borsellino y sus escoltas, el 19 de julio de ese mismo año. Frente a esos dos terribles crímenes, los sectores honestos del Estado, los sectores corruptos del Estado y un sector de la Cosa Nostra que buscaba desescalar el conflicto permitían el arresto del entonces capo de la Cosa Nostra, el salvaje Salvatore Toto Riina. Frente a los ataques que la mafia siciliana cometía, la cúpula de la Iglesia Católica se sentía obligada a dar un mensaje de condena. El Papa Juan Pablo II, en abril de 1993 se encontraba en una misión pastoral en la isla de Sicilia. Saltándose los protocolos y en la ruta mientras se trasladaba desde Catania a Agrigento, hacía detener el vehículo y se dirigía hacía una casa habitada por un matrimonio de adultos mayores. Aquellos eran los padres del asesinado juez antimafia Rosario Livatino, un joven de treinta y seis y sincero creyente y practicante de la religión católica. Los padres de Rosario le acercaban al Papa los cuadernos personales de su hijo -y según después se pudo saber-, Juan Pablo II en uno de ellos leía: “No nos preguntarán si hemos sido creyentes, sino creíbles”. La reunión del Papa con los padres duraba unos poco minutos y después de ella continuaba su viaje hacía Agrigento donde celebraría una misa. Cuando el Papa llegó al Valle de los Templos tenía lugar la primera declaración pública de la máxima autoridad de la Iglesia Católica respecto de la mafia. “Dios dijo una vez: No matarás. Ningún hombre, ninguna asociación humana, ninguna mafia puede cambiar y pisotear este derecho santísimo de Dios… En el nombre de Cristo, crucificado y resucitado, de Cristo que es camino, verdad y vida, me dirijo a los responsables: ¡convertíos, un día llegará el juicio de Dios!”.


La Cosa Nostra primero y la Camorra después, frente a los avances del Estado en contra de estas, se decidían por atacar de manera directa a la Iglesia Católica. El 27 de julio de 1993, dos meses después de la visita de Juan Pablo II a Sicilia y de aquel primer mensaje en contra de las organizaciones mafiosas, dos bombas estallaban en Roma y destruían parte de las Iglesia San Giorgio al Velabro y la basílica de San Juan de Letrán. Esos primeros atentados eran parte de la presión que la mafia siciliana ejercía contra el Estado, pero también eran un mensaje a la Iglesia y a los sectores dentro de ella que habían sido -y en algunos casos seguían siendo-, cómplices y complacientes con la mafia y que pretendían alejarse sin pagar los costos. Cuatro meses después de las bombas en Roma, la mafia siciliana volvía a atacar, pero en ese caso a los representantes de la Iglesia Católica más comprometidos en contra de ella. El 15 de septiembre de 1993, el día de su cumpleaños, Don Pino Puglisi, párroco en el barrio de Brancaccio de la ciudad de Palermo era asesinado por un sicario de la mafia. Ese mismo año, el poder de Sandokan Schiavone en el clan de los casalesi se comenzaba a desintegrar. Su primo Carmine, el administrador del dinero criminal obtenido a base de sangre, cocaína, basura y armas -entre otras muchas cosas- era detenido después de ser condenado a cinco años de prisión por integrar una asociación mafiosa. El primo de Schiavone rápidamente aceptaba la oferta del Estado para convertirse en colaborador de justicia y comenzaba a revelar una serie de datos que con el paso de los años serían trascendentales para las investigaciones venideras. Por primera vez se declaraba frente a un expediente judicial el tráfico de basura que provenía desde el norte de Italia y que terminaba enterrada entre la provincia de Caserta y Nápoles arruinando las tierras aptas para el cultivo y generando una epidemia de enfermedades entre la población. La región sería reconocida como la Terra dei fuochi, con relación a los incendios que se desataban frecuentemente en aquellas latitudes como consecuencia del tratamiento ilegal y criminal que la Camorra hacía de los residuos tóxicos. En esas declaraciones, Carmine Schiavone también aportaba información sobre empresas, bares, hoteles, cooperativas agrarias, restaurantes, etc. que eran producto del lavado de dinero y terminaron siendo decomisados por el Estado Italiano y que años después serían reutilizados socialmente.


Mientras tanto, Don Peppe y los demás sacerdotes de la región continuaban denunciando el accionar mafioso. Don Peppe se presentaba ante los magistrados de los tribunales de Nápoles y aportaba información sobre las actividades de la Camorra y los vínculos que tenía con sectores políticos y empresarios. Las muestras de violencia habían dejado de estar encapsuladas en Sicilia, Campania y Calabria y llegaban a las distintas capitales en el norte del país. “Si la Camorra ha asesinado a nuestro país, nosotros debemos resucitarlo, debemos volver a subir a los tejados para anunciar de nuevo la palabra de Vida”. Eran tiempos de grandes cambios, para la sociedad y también para la Camorra. La crisis política y económica que había comenzado como consecuencia de una investigación judicial única en el mundo dos años antes Italia -Mani Pulite o Manos Limpias-, ponía en riesgo de muerte al sistema político italiano y les daba lugar a empresarios con fortunas de dudosa procedencia y que, a comienzos del año 1994, uno de ellos se transformaba en por primera vez, en presidente del Consejo de ministros de Italia. Los crímenes también continuaban en Casal di Principe, dos camorristas de apellido Quadrano -padre e hijo- eran asesinados y Don Peppe aceptaba realizar el último responso. Sin lujos, sin la solemnidad que los camorristas consideraban que estos debían tener.


Diario nacional informa el asesinato al otro dia en su tapa. "La camorra mata en la iglesia".
Diario nacional informa el asesinato al otro dia en su tapa. "La camorra mata en la iglesia".

Los tiempos de sangre, convulsión y grandes cambios políticos le daban lugar a los camorristas que años antes habían sido atacados por Sandokan Schiavone, de pensar en cómo generar la convulsión justa y suficiente para desestabilizar a Schiavone y enviar un mensaje a los miembros de la Iglesia de esa región. Nunzio De Falco, el hermano del asesinado Vincenzo De Falco por orden de Schiavone unos años antes, suponía que asesinando al cura que irrespeta a la Camorra, los demás sacerdotes volverían al silencio que años atrás los había dominado y a su vez le facilitaría desplazar a Schiavone de la cúpula de los casalesi ya que todas las acusaciones se orientarían sobre su persona. El hombre de unos cuarenta años, con pelo largo y campera de negra que esperaba en el auto junto Mario Santoro y Francesco Piacenti -dos camorristas- frente a la Iglesia San Nicola de Bari, en donde las mujeres con la espalda encorvada o erguida rezaban frente a la cruz, se llamaba Giuseppe Quadrano, era el sobrino y el primo de los dos camorristas que habían sido asesinados tres días antes y quién asesinaba de cuatro tiros en la cabeza a Don Peppe Diana.


La circunstancia fortuita de que en la sacristía junto a Don Peppe estuviera el fotógrafo Augusto Di Meo sería clave para tiempo después dar con los asesinos del sacerdote. Luego de la confusión y el miedo que lo paralizaba, Augusto Di Meo salía corriendo de la sacristía, atravesaba la nave de la Iglesia -en donde ya nadie rezaba- y se dirigía al encuentro de los Carabinieri. La imprevista presencia permitía la identificación del sicario Giuseppe Quadrano, boss del clan Quadrano, aliado del clan De Falco. Las horas y los días posteriores al crimen eran de enorme conmoción. ¿Quién se había animado a asesinar a un sacerdote? La Camorra como las otras mafias en todo el mundo siempre cuentan con la complicidad de ciertos sectores de la prensa. A través del diario Corriere di Caserta, los camorristas comenzaban una campaña de difamación similar a la que habían sufrido muchas de las víctimas inocentes de la mafia en todo el país. El barro, pero sobre todo el estiércol, la mierda en la cual Don Peppe había caminado para rescatar a los jóvenes y los desposeídos de las manos de la Camorra. Esas mismas manos, además de apretar el gatillo, intentaban ensuciar con mierda la memoria de Don Peppe. En las páginas del diario se publicaba que quizás el sacerdote había sido asesinado por un marido que había descubierto que su esposa era la amante del sacerdote, que lo habían asesinado en un rapto de justicia por que participaba en una red de pederastas o que había comenzado a trabajar para un sector de la Camorra y que en la Iglesia escondía las armas que se utilizaban para la guerra.


El proceso judicial que se iniciaba en relación con el asesinato de Don Peppe contaba con la participación civil de la familia del sacerdote asesinado y de la asociación AGESCI de la cual hacía parte Don Peppe desde hacía casi dos décadas. La vigilancia y la participación permanente de la familia y la asociación sobre el expediente lograba en primer lugar destruir las campañas de difamación que la Camorra y algunos medios de comunicación habían realizado. También solicitaban medidas y se aseguraban el cumplimiento de estas. El testimonio de Augusto Di Meo, fotógrafo y amigo de Don Peppe, que había presenciado el crimen era fundamental para identificar al sicario, al camorrista Giuseppe Quadrano. El ruido de las cuatro detonaciones que terminaron con la vida de Don Peppe Diana llegaban ese mismo día a Roma. El día después del crimen, el Papa Juan Pablo II en el Ángelus de ese domingo, desde la ventana del Palacio Apostólico le dedicaba unas extensas palabras de condolencias a Don Peppe, a su familia y a la comunidad de Casal di Principe. “Siento la necesidad de expresar una vez más el profundo dolor que me ha provocado la noticia del asesinato de Don Giuseppe Diana, párroco de la diócesis de Aversa, abatido por despiadados asesinos mientras se disponía a celebrar la Santa Misa. Al deplorar este nuevo y brutal crimen, os invito a uniros a mí para orar por el alma de este generoso sacerdote, comprometido en el servicio pastoral de su pueblo. Quiera el Señor que el sacrificio de este ministro suyo, grano de trigo evangélico caído en la tierra, produzca frutos de plena conversión, de concordia activa, de solidaridad y de paz”.


El sicario y camorrista Giuseppe Quadrano era detenido un año y un día después del crimen, en la avenida de Pío XII de la ciudad de Valencia en España.  Nunzio De Falco recién era detenido el 13 de noviembre de 1997, en Albacete, también en España, refugió y centro de operaciones de muchos clanes camorristas huidos por haber sido vencidos en algunas de las diferentes guerras mafiosas. En 2003, Nunzio De Falco terminaba siendo condenado a cadena perpetua como instigador del asesinato de Don Peppe. En su defensa había intentado inculpar a Sandokan Schiavone como responsable del crimen de Don Peppe, pero la justicia no le creía. En 2004, los camorristas Mario Santoro y Francesco Piacenti aquellos que se encontraban en el auto junto a Quadrano el día del crimen de Don Peppe eran condenados a perpetua acusados de formar parte de una asociación mafiosa y de ser coautores del crimen. Después de solicitar convertirse en arrepentido colaborador, el sicario Giuseppe Quadrano se vería beneficiado en su pena y terminaba siendo condenado a 14 años de prisión como autor material del crimen de Don Peppe Diana.

El Papa Francisco besa la estola de Don Peppe Diana de la mano de Don Luigi Ciotti.
El Papa Francisco besa la estola de Don Peppe Diana de la mano de Don Luigi Ciotti.

El impacto del asesinato de Don Peppe en la sociedad casalense, en Italia, en la Iglesia y en el movimiento antimafia sigue siendo inmenso. El compromiso asumido por Don Peppe no se perdió, se multiplicó y se esparció inmediatamente. Proyectos económicos, sociales y culturales emplazados en bienes recuperados a la mafia llevan el nombre de Don Peppe. Con la ayuda de la asociación antimafia Libera, en las tierras confiscadas a los clanes de la zona de Caserta funcionan cooperativas agrícolas que emplean a migrantes y personas desventajadas que fabrican y comercializan productos típicos locales, entre ellos, la mozzarella de búfala. El Estado italiano le concedió la medalla de oro al valor civil por su lucha contra la mafia.


Desde el 2006, el constituido Comité Don Peppe Diana junto a la AGESCI le solicitaron a la Iglesia, la apertura de un proceso de investigación para beatificar a Don Peppe, expediente que aún se encuentra abierto. El 21 de marzo de 2014 con motivo de celebrar la vigilia de oración en la Iglesia de San Gregorio VII en Roma, en el marco de la XIX Jornada de Recuerdo y Compromiso en Memoria de las Víctimas Inocentes de la Mafia, el sacerdote, fundador y presidente de la asociación Libera, Don Luigi Ciotti, le entregó la estola de Don Peppe al Papa Francisco, quien la uso mientras bendecía a los cientos de familiares de víctimas inocentes de la mafia presentes. Don Peppe Diana que por su pueblo no calló, sembró con su pasión, semilla de admiración.

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