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Foto del escritorLucas Manjon & Giulia Baruzzo

LEA GAROFALO: LA REVOLUCIÓN DE LAS MADRES

Lea Garofalo fue una de las primeras mujeres que buscó incansablemente romper con el destino que su familia y su pueblo le tenían destinado. Las muertes y el nacimiento de su hija cambiarían para siempre su vida y le darían un proposito nuevo, salvarse para salvar a su hija. Aquí parte de su historia.
Lea Garofalo junto a su pequeña hija Denise.
Lea Garofalo junto a su pequeña hija Denise.

Nacer en Calabria es especial, pero si se nace mujer, lo es todavía más. No es ni bueno ni malo, es especial, distinto, pero si encima se nace en Petilia Policastro -un lugar recordado por el diablo-, las mujeres petiliapolicastrenses -si esa denominación existe- que buscan salir de él y lo logran, quedaran en la historia. Una de esas mujeres se llamaba Lea Garofalo y era la hija de Antonio, la sobrina de Giulio, la hermana de Floriano y Marisa, y sería la esposa de Carlo y la madre de Denise. Como ocurre con la mayoría de los seres humanos en el mundo, la vida de Lea estuvo en principio determinada por su familia de origen, pero también por el lugar en el que nació. Petilia Policastro con tan solo una decena de miles de habitantes fue el pueblo en el que Lea se crio y del que ella escapó después de enterrar a gran parte de su familia. Petilia Policastro fue el pueblo en el que asesinaron a su padre, a su tío -cuando intentó vengar la muerte de su hermano- y a sus primos. La vida de Lea estuvo condicionada por la familia y el pueblo del sur en el que nació, pero su muerte llegó en el norte, en Milán, entre el miedo y la esperanza que tuvo cuando busco formar una nueva familia, una que le permitiera romper los lazos de sangre y tierra con el apellido Garofalo y con Petilia Policastro.

 

Un padre suele acompañar a sus hijos en sus primeros pasos, pero sobre todo cuando comienzan a caminar. Toman de las manos al niño o niña, tuercen el cuerpo hacia adelante y dan uno o dos pasos para escoltar los más de diez pequeños pasos que dan los niños en una distancia no mayor a quince o veinte centímetros. Lea aprendió a caminar sola. La guerra entre la familia mafiosa que dirigía su padre -la 'ndrina Garofalo- y la de los Mirabelli, del pueblo contiguo de Pagliarelle- saturaba la ocupación del cementerio. En los festejos de año nuevo de 1974, cuando Lea apenas tenía ocho meses, los hermanos de la 'ndrina Mirabelli asesinaban a su padre Antonio, para dar paso a una guerra que se consolidaba en el tiempo y la sangre. Siete años después, su tío y hermano de su padre también era asesinado cuando él intentaba asesinar a los líderes de los Mirabelli. La venganza de los Garofalo quedaba a cargo del primogénito del clan, Floriano Garofalo, el hermano de Lea, quien debía continuar la cacería contra los Mirabelli, aunque sus familiares seguían siendo asesinados. En 1989, cuando Lea había cumplido los quince años y como las pocas adolescentes que vivían en Petilia Policastro pasaba sus días en la plaza del pueblo, conversando con las pocas amigas que el pueblo le otorgaba. Tenía la desgracia de observar su primer asesinato. El de su primo, que formaba parte de la familia mafiosa y se convertía en uno más de los que ofrecía su sangre, la que caracteriza a las faidas, las guerras entre los mafiosos.


Durante los años setenta, en Calabria se produjeron grandes y violentos cambios. La 'Ndrangheta -la organización mafiosa de estirpe calabrés- comenzaba a transformarse en un largo proceso que a finales del siglo XX la terminaría depositando en la cúspide de la delincuencia organizada trasnacional. En esos convulsionados años, las faidas entre las 'ndrine que integraban y siguen integrando a la 'Ndrangheta se intensificaban. Con la expansión en la demanda de drogas en todo el mundo, la ‘Ndrangheta se lanzaba a aprovechar esa ventaja económica y se convertía en una de las primeras organizaciones mafiosas en aprovechar aquel contexto, haciendo uso de los extensos lazos sanguíneos que se habían esparcido por varias regiones de Italia y el resto mundo. A principios de los años noventa, varias familias de la ‘Ndrangheta se habían establecido en el norte de Italia, sobre todo en Milán, apropiándose y dirigiendo el mercado de la venta de drogas, la trata de personas y el lavado de dinero.


A pesar de verse rodeada de cadáveres, Lea se lograba enamorar. Con un joven cuatro años mayor del pueblo vecino de Pagliarelle comenzaba una relación entre el horror y la desesperación de un pueblo atravesado por una faida que casi tenía veinte años de extensión. El novio de Lea también era un 'ndranghetista, un matón, que junto a sus hermanos intentaban elevar su posición dentro de la organización criminal. Enamorar a la hija de un jefe de familia como Lea y esposarla podía ser un ventajoso atajo para Carlo Cosco, el aspirante a mafioso de pleno derecho. Santina, la madre de Lea también se había enamorado de un 'ndranghetista como lo fue el padre de Lea. pero a diferencia de muchas otras mujeres de la mafia había alcanzado a torcer en cierta manera los caminos que integrar de una u otra manera la mafia le destinaba en ese entonces a las mujeres. Santina trabajaba limpiando el colegio del pueblo e instaba a sus hijas a que se educaran, a que Lea y Marisa terminaran sus estudios y eligieran su propio futuro, uno que si ellas quisieran no estuviera determinado por el apellido Garofalo o por Petilia Policastro.


El apoyo que Lea encontraba en la educación y en el amor de su pareja serían la ilusión que marcaría el compás de su vida desde los quince años en adelante. Después de un año de relación con Carlo Cosco, los jóvenes se casaban y el reciente matrimonio huía hasta Milán, donde Floriano Garofalo -el hermano de Lea- vivía desde hacía unos pocos años y dirigía las operaciones de venta de droga en aquella ciudad. En la ‘Ndrangheta la sangre no se licua, se espesa generación tras generación y para Carlos Cosco el haberse emparentado con alguien de la familia Garofalo lo transformaba en un subalterno de confianza y cercano al boss. La base de operaciones de las familias mafiosas de los calabreses en Milán -entre ellas los Garofalo-, era un enorme edificio ubicado en el número 6 de vía Montello, un enclave entre el barrio chino, el ruso y los rascacielos de la zona de Porta Nuova. La mole de tres pisos de altura, cubierto de moho, con una estructura panóptica que permitía controlar el movimiento de las personas y resultaba ser ideal para el acopio de drogas, armas y mujeres tratadas desde Sudamérica, África y Europa del Este. Por aquella estructura de cemento, acero, madera y tejas romanas, en los años noventa circulaba la mayor parte de la heroína, cocaína y hachís que se consumía en gran parte de la Lombardía.


Lea había escapado y llegado a Milán con pocas cosas en sus valijas, pero repleta de esperanzas. Soñaba en que la ciudad del norte, la capital de la moda, de las luces y el glamour le entregara algunas pequeñas chances de soñar cosas que en Petilia Policastro no se soñaban. Ella se encargaría de convertir las oportunidades en realidad. Pero la voluntad de Carlo Cosco por crecer bajo el auspicio del hermano de Lea dentro de la ‘Ndrangheta transformaba todo eso en pesadillas. La vida en Milán terminaba siendo peor que en Petilia Policastro. El edificio donde vivían era deprimente. En el día a día transcurría en un ir y venir de gente desconocida, gritos y transacciones de drogas que frecuentemente terminaban en peleas violentas y escandalosas. La depresión era la compañera fiel de Lea quien intentaba suicidarse en varias oportunidades. En medio de todo aquel aluvión de oscuros pensamientos, hacía la primavera del año 1991, Lea quedaba embarazada. La noticia era trágica. No podía con su vida y la sola posibilidad de pensar que iba a arrastrar a otra persona a esa vida, que fuera totalmente dependiente de la suya, la hundía aun todavía más. Intentaba abortar el embarazo en varias veces, aunque no lo lograba. El tener que continuar con el embarazó la obligaba a tomar decisiones. En diciembre de ese mismo año, Lea huía embarazada y a punto de parir de Milán. Se escapaba para parir sola, con la idea de entregar al bebe en adopción y alejarlo de un destino determinado por algún diablo que hacía a los Garofalo, a los hijos de Petilia Policastro y sobre todo a las mujeres -Lea esperaba una niña- personas rodeadas de infelicidad. Cuando Lea tenía a su diminuta beba de nombre Denise sobre su pecho, sus planes se transformaban rotundamente; Lea estaba nuevamente enamorada, ahora de su hija y aferrada a una pequeña y poderosa esperanza sobre la vida.

Lea Garofalo, la mujer que se convertió en una esperanza para las mujeres de la mafia
Lea Garofalo, la mujer que se convertió en una esperanza para las mujeres de la mafia

La relación de pareja de Lea ante las mayores y crecientes responsabilidades criminales de Carlos Cosco se tornaba cada vez peor. Era cada vez más violenta y despectiva para con ella. A pesar de que ahora también estaba Denise, las dos juntas debían pasar las horas y los días encerradas en el apartamento de vía Montello. El propio Carlo Cosco a veces obligaba a Lea a cortar heroína, cocaína y hachís, ya que si bien, su posición en la organización criminal se había elevado, todavía no alcanzaba para excluirlo de las tareas de un aspirante sin historia dentro de la organización. Tampoco evitaba que Carlo Cosco debiera cobrar él mismo las extorsiones y cometer algunos asesinatos. La vida en ese cuartel de la ‘Ndrangheta, para Lea y Denise era una bomba de tiempo. Las guerras entre las familias mafiosas calabresas habían trasladado el campo de batalla hasta Milán y el edificio en vía Montello se transformaba en la cabeza de playa que todas las ‘ndrine debían capturar si querían quedarse con la ciudad. Si bien Carlo Cosco era el cuñado del boss Floriano Garofalo y junto a sus hermanos Vito y Giuseppe Cosco se encontraban promocionados dentro de la organización por otros tres mafiosos de alto rango -Floriano Toscano, Silvano Toscano y Thomas Ceraudo-, las peleas mafiosas eran muchas y cada vez estaban más cerca de ellos.


La faida calabresa que expelía cada vez más cadáveres desde Petilia Policastro y Milán comenzaba a llamar la atención de las autoridades policiales que ponían sus ojos sobre el cuartel de la vía Montello. Los muertos en torno a ese entramado no tardaban en multiplicarse. En 1994, Antonio Comberiati, un ‘ndranghetista rival a Floriano Garofalo, que vivía el mismo edificio que Carlo Cosco tomaba impulso y se lanzaba a profundizar la guerra. Asesinaba a Silvano Toscano y Thomas Ceraudo, los lugartenientes de Floriano Garofalo en Milán y los mecenas de Carlo Cosco y sus hermanos en la organización. Los ataques en cuestiones de mafia obligan a una respuesta, violenta, precisa o no, pero una respuesta. Quizás no inmediatamente, a su debido tiempo, pero siempre obligaba a una respuesta. En ese caso sería seis meses después. El 17 de mayo de 1995, un día de lluvia intensa en Milán, cuando el patio del edificio de vía Montello estaba casi vacío, con sus habitantes encerrados en sus departamentos, y con Lea y Denise descansando en su cama, varios disparos tapaban el crepitar de la lluvia sobre los balcones de hierro. Algunos de los habitantes se asomaban a las ventanas o asomaban medio cuerpo a través del marco de la puerta para desde allí observar al patio, donde estaba tirado en un charco de agua y sangre boca abajo, Antonio Comberiati, el enemigo de Floriano Garofalo y de Carlo Cosco.


El edificio del número 6 de Via Montello en Milán.
El edificio del número 6 de Via Montello en Milán.

El nuevo ascenso de Carlo era inmediato en la ‘ndrina Garofalo. Además de ser el cuñado de Floriano Garofalo era ahora la persona de su mayor confianza y uno de los hombres más poderosos de la ‘Ndrangheta en Milán. El asesinato que se había cometido a metros de su hija volvería a cambiar todo en la vida de Lea. La vida y la muerte provocaban giros drásticos en la vida de Lea, una y otra vez. Cuando Denise había nacido, Lea encontraba y se aferraba en su hija como motivo para vivir y también para cuidar. Su vida sería feliz alejando a su hija del mismo tipo de vida que ella había intentado escapar. La muerte del mafioso a pocos metros de su hija, de su propio hogar, cambiaba a Lea para siempre. Era la última oportunidad que tenía para torcer al destino. Ya no era Petilia Policastro, era Milán, tenía una hija y quería volver a soñar junto Carlo Cosco y Denise. Pero para su esposo, la organización siempre había sido su objetivo y estaba por encima de su familia. Frente al pedido de Lea para que este abandonara la ‘ndrina y la ciudad de Milán, para que la vida fuera junto a su esposa e hija, la respuesta de Carlo fue golpearla. Lea en ese golpe comprendía que la violencia comenzaba que no se detendría, que la muerte en su hogar, que los golpes sobre su cuerpo se convertirían poco a poco en el día a día de ella y su hija.


Lea escapaba nuevamente, pero está vez junto a Denise. Iban ante las autoridades policiales. Frente a los carabinieri, los encargados de investigar a la mafia, Lea contaba todo lo que sabía sobre las actividades criminales que se cometían en aquel edificio de Milán. La declaración de Lea aceleraba la investigación de las fuerzas de seguridad sobre su familia y sobre lo que ocurría en el edificio de vía Montello. En mayo de 1996, los carabinieri rodeaban el cuartel de la ‘Ndrangheta en Milán y detenían a Floriano Garofalo, Carlo Cosco, sus hermanos y varios hombres más de la organización. La ‘ndrina Garofalo era encarcelada casi en su totalidad y varios de los mafiosos eran trasladados hasta la cárcel de San Vittore en la misma Milán. Lea había tomado la decisión en base a la vida y la muerte, los dos motores que fabricaban una y otra vez su esperanza. Esa esperanza que nuevamente la puso frente a Carlo Cosco, en la cárcel y en la cual le volvía a rogar que abandonara a la mafia, que colaborara con la justicia y eligiera a su familia. Carlo Cosco le pidió a Lea que se acercara a la reja que los separaba. Lea lo hacía y en medio de una caricia seca y llena de odio, Carlo Cosco ponía sus manos sobre el cuello de Lea y comenzaba a ahorcarla en silencio frente a Denise. Los guardias de seguridad respondían tarde, pero a tiempo. Rescataban a Lea, que ahogada y en pánico tomaba a Denise entre sus brazos y nuevamente huía. Carlo Cosco, su gran amor desde la adolescencia, su marido, el padre de su hija la había intentado asesinar. Para Carlo Cosco nada de lo que había dicho Lea tenía sentido. Era uno de los hombres más poderosos de la poderosa mafia calabresa en el rico norte de Italia. Era un hombre que dejaba atrás un apellido de campesinos y pastores pobres del sur de Calabria y una traición a sus ideas y a los de la mafia arriesgaba con devolverlo allí.


Lea era una joven madre de veintidós años con una hija de cinco años, que juntas intentaban aprender a vivir. Lea realmente comenzaba una nueva vida con veintidós años. Debía aprender a ser madre soltera, a ser una mujer fuera de la mafia, alejada de su familia, de toda su historia y de Petilia Policastro. Lea y Denise aprendían juntas. Y para ello se trasladaban hasta la ciudad de Bérgamo a unos sesenta kilómetros al noreste de Milán. Los primeros tiempos los pasaban en un convento de ursulinas, una congregación de monjas dedicadas a la educación que replicaban el modelo desarrollado por los jesuitas. Luego se mudaban a una pequeña casa bastante cerca del lago Iseo, también en las afueras de Bérgamo. Serían sus años más felices. Para las dos. Se volvían a mudar al centro de la ciudad y mientras Denise continuaba con sus estudios, su madre se empleaba temporalmente en bares y fabricas para complementar la asignación que el Estado les daba por haber ingresado al programa de protección de testigos. Como lo había hecho su abuela, Lea insistía a Denise que la educación sería la herramienta que le daría la libertad y a través de la cual podría ser torcer al destino.


Lea en una de las tantas viviendas que le tocó vivir huyendo de su marido mafioso.
Lea en una de las tantas viviendas que le tocó vivir huyendo de su marido mafioso.

La rutina de Lea y Denise era extrañamente normal y se comenzaba a establecer en el tiempo. Lograban vacacionar en verano en Pagliarelle y Petilia Policastro en la casa de su madre y abuela y parecían ser felices. Toda esa situación molestaba a Carlo Cosco y a sus asociados mafiosos, que a diferencia de Carlo Cosco, muchos de ellos ya se encontraban en libertad y habían regresado a Calabria. Veían a las dos mujeres caminar por el pueblo, tomar helado y hasta sentarse en los bancos de la plaza sin miedo. El odio sobre Lea solo se incrementaba frente a la felicidad que ella expresaba. Que los hombres de la ‘Ndrangheta no la atacaran, le ofrecía a Lea la falsa ilusión de que todo ya había pasado, pero en la mafia y sobre todo con las mujeres, las cosas nunca se terminan hasta que la mafia lo decidiera. Las mafias son idiosincráticas por naturaleza y en el caso de las mujeres de la ‘Ndrangheta, eso era todavía mucho más profundo. Todas afirmaban que el código de honor mafioso -el que ciertamente nunca existió-, obligaba a los ‘ndranghetistas a respetar y proteger a las mujeres de su familia; en la realidad, ello no les impedía tener amantes, que explotaran mujeres prostituidas y de exponerlas a las faidas. Si uno compara los numerosos expedientes judiciales que existen sobre mujeres asesinadas por la mafia, con las mujeres asesinadas por parejas o exparejas, la mayoría de ellas no tenían relación alguna con la mafia. Esos mismos expedientes mostraban que las mujeres antes de ser asesinadas habían sido hostigadas, sufrido violencia simbólica, física y sexual. En muchos casos, sus rostros también habían sido desfigurados con cortes o ácido. Dentro de la mafia, si una mujer irrespetaba a un hombre -tal como había ocurrido en el caso de Lea-, la misma familia de origen era quien debía reparar la afrenta. Carlo Cosco esperaba que el líder de la familia -Floriano Garofalo, el hermano de Lea- sea quien la reprima, no solo porque había colaborado con la justicia, sino también porque lo había abandonado.


En el año 2000, la rutina de Lea y Denise se comenzaba a trastornar. La tranquilidad se era una sensación del pasado. El auto de Lea que estaba estacionado frente al edificio en el que vivía junto a Denise lo prendían fuego Vito y Giuseppe Cosco, los hermanos de Carlo Cosco, que ya estaban en libertad. La reprimenda era para Lea, pero también para su hermano, el mismo incumplía el deber de castigar a su hermana. Lea intentaba que su vida y la de su hija no se alterarán, pero debía moverse con cautela, con mucho más. Intentaba conservar la rutina. En el verano, las dos mujeres seguían viajando a Calabria de vacaciones. Dos años después del atentado con el auto, en el verano del 2002, cuando Lea y Denise tomaban un helado en el centro del pueblo, Vito Cosco las interceptaba y comenzaba a recriminarle a Lea que fuera él quien debía llevar a Denise a ver a su padre en la cárcel, que eso era una obligación suya como madre y esposa de Carlo Cosco. La reprimenda pública crecía cada vez más en tono y agresividad. La llegada a la plaza de Floriano Garofalo -que hacía pocos meses había obtenido la libertad- no aquietaba la situación. La reprimía a su hermana al igual que lo hacía Vito Cosco, le recordaba sus obligaciones como mujer de un asociado que debía transitar un período tan largo en la cárcel. Floriano Garofalo tomaba a Lea por los hombros, la sujetaba con fuerza, la sacudía y finalmente le daba una cachetada que la tiraba al piso. Su hermano inclinaba su cuerpo sobre el de Lea, la agarraba del pelo y cuando parecía que la iba a volver a golpear, le susurraba al oído: “Tenes que escaparte. Si no te escapas, voy a tener que matarte”.

Lea solía ir a la playa con Denise cada vez que el dinero y el tiempo se los permitía.
Lea solía ir a la playa con Denise cada vez que el dinero y el tiempo se los permitía.

Ese mismo verano, el círculo de amenazas sobre Lea se volvía cada vez más denso. La puerta de entrada de la casa de su abuela -donde ella y Denise estaban pasando el verano- la incendiaban en una clara señal de advertencia. Al otro día junto a Denise se presentaba ante los carabinieri de Calabria afirmando que quería declarar sobre todas las actividades criminales de su marido y su familia, ya no solo las que habían conocido en Milán. Lea quería ponerle luz a su pasado. Acompañada con Denise de diez años, afirmaba al jefe de los carabinieri que “Quería romper con el pasado y con el entorno en el que habían vivido”. Lea les relataba los enfrentamientos de su familia con otras de la región de Petilia Policastro y Pagliarelle desde los años setenta, la historia de una faida que se extendía desde hacía décadas y que había generado ya decenas de muertos. Daba información detallada sobre los crímenes cometidos por su hermano, su esposo y los demás asociados de la ‘Ndrangheta, en el norte como en el sur.


Lea junto a Denise ingresaban en el programa de protección de testigos y eran reubicadas en la región de Ascoli Piceno, a unos pocos kilómetros del Mar Adriático. Lea fue admitida en el programa bajo la figura de colaboradora arrepentida -sin ella haber cometido ningún tipo de delito-, lo cual la colocaba junto a Denise en una situación de indignación permanente. "Solo sé que mi vida siempre ha sido nada, a nadie le importé un carajo, nunca tuve afecto ni amor de nadie, nací en la desgracia y allí moriré. Pero hoy tengo una esperanza, una razón para vivir y seguir adelante, esta razón se llama DENISE y es mi HIJA. Tendrás de mí todo lo que nunca he tenido de nadie", escribía Lea en su diario personal. Las dos mujeres debían cambiar su identidad y por la escasa diferencia de edad intentaban jugar en medio de la situación de tragedia. Decían ser hermanas, aunque a Denise siempre se le escapaba un “mamá” en público y debían corregir el inconveniente con una serie de nuevas mentiras.


La vida en el sistema de protección de testigos era difícil. En seis años se terminaban mudando seis veces y no lograban afianzar ningún tipo de vínculo. Lea perdía los trabajos que tanto le constaba conseguir y Denise no lograba hacerse de amigas. Que el único diálogo genuino de Lea fuera con la abogada defensora que el Estado le había asignado por ser colaboradora solo la desesperaba aún más. Comenzaba a sentir terror y las noticias lo alimentaban cada vez más. En agosto de 2003 leía en las noticias que un tal Vito Cosco asesinó a dos traficantes de drogas de poca monta que lo insultaron. Cuando esté Vito Cosco -que no era su cuñado- les disparó, una de las tantas balas que no dieron en los traficantes dieron contra el cuerpo de una niña de dos años y contra un hombre de sesenta años que circunstancial y desafortunadamente se encontraron en el lugar. Después de la masacre de Rozzano -como se dio en llamar al trágico hecho en el que se produjeron las cuatro muertes, este homónimo del cuñado de Lea, se refugió al igual que muchos otros criminales en el número 6 de vía Montello en Milán, en donde pasó tres días encerrado antes de entregarse a la policía.


A finales del 2003, Carlo Cosco recuperó la libertad e inmediatamente se disponía a encontrar a Lea. No tanto a Denise, sino a Lea. Iba hasta al convento en Bérgamo donde las dos mujeres habían vivido unos años antes y se hacía pasar un primo de Lea. Ponía a varios de sus hombres a buscarla, entre ellos a un primo de Lea, que había trabajado como auxiliar de la policía y que a través de sus contactos y los sistemas informativos propios de la policía obtenía una dirección que parecía ser el domicilio de Lea y Denise. Esa dirección que figuraba en el sistema de protección de testigos era el de la comisaría de la ciudad de Perugia, la que estaba a cargo del cuidado de las dos mujeres cuando ellas vivían o, mejor dicho, se escondían en esa región. Cuando esa infiltración e información llegaba a los oídos de Lea y las autoridades, junto a su hija terminaba siendo nuevamente reubicada, en esa oportunidad a Florencia. En medio de la crisis y la ilusión por sobrevivir, la vida de Lea seguía sufriendo la muerte. La faida que había comenzado con el asesinato de su padre haya por el 1974 continuaba treinta y un años despues. Su primo Mario era asesinado en septiembre de 2003 y su hermano Floriano en junio de 2005. La muerte de su hermano era una estampida de contradicciones. Este tenía el mandato de la mafia de asesinarla, a su propia hermana, pero nunca lo había hecho.


La vida de Lea se seguía complicando cada vez más. La relación entre Lea y Denise se enmarañaba fruto de los vínculos comunes entre una adolescente con una vida sumamente particular y una madre que se estaba volviendo paranoica. Denise quería ver a su padre e intentaba llevar una vida que se asemejara a lo corriente. Lea no debía relacionarse con nadie más que su hija y debía sobrevivir con el poco dinero que el Estado le asignaba para el sustentar económicamente a las dos mujeres. A esa situación estresante y paranoica se le agregaba el destrato de un sector de la justicia que consideraba que la información que Lea había aportado era escasa y lejana en el tiempo, que no se había podido confirmar y que colocaba a la madre e hija con un pie fuera del programa de protección de testigos. Mientras la abogada de Lea apelaba la inminente decisión, la obsesión y el malestar de Lea la llevaban a abandonar voluntariamente el programa de protección de testigos a mitad del año 2006.


La vida en el programa era agotadora. Se mudaban permanentemente, no lograban generar vínculos reales y duraderos, la situación económica era precaria y la edad de Denise naturalmente complicaba un poco más las cosas. Carlo Cosco le hacía llegar mensajes de promesas de un buen pasar a su hija y que todo eso no era posible ya que su madre había tomado la incoherente decisión de no dejarla verla. Lea seguía huyendo, ya sin la asistencia del Estado. Junto a Denise volvían a Bérgamo, al convento donde todo había comenzado. Despues se iban hasta Fabriano, en la provincia de Ancona. A finales del año 2007, en ese eterno peregrinar de padecimientos, Lea y Denise llegaban a Roma, donde conocían a Don Luigi Ciotti, un sacerdote que había fundado la asociación antimafia Libera. Ciotti rápidamente las puso en contacto con una abogada voluntaria de la asociación, con experiencia en la protección de mujeres que escapaban de la mafia. Después de convencer a Lea para que retornara al sistema de protección de testigos y a partir de unas cuantas apelaciones judiciales, Lea y Denise eran nuevamente aceptadas en el programa y nuevamente reubicadas. En esa ocasión en Campobasso, en el centro de la península itálica. Denise se adaptaba rápidamente a la escuela y se hacía de un grupo de amigas; Lea en cambio, la paranoia la dejaba de lado un tiempo y comenzaba a tener una actitud desafiante frente a las reglas y los encargados del programa de protección de testigos. Luego de unos pocos meses, Lea tomaba la decisión de abandonar otra vez el programa y quedaba nuevamente sola con Denise a cargo. La vida de Lea junto a Carlo Cosco había sido un infierno, pero el programa de protección no se parecía en nada al paraíso.


No contaban con dinero y por tanto tiempo huyendo se habían quedado sin red de contención. Lea decidía cambiar la estrategia producto de la desesperación. Le hacía llegar Carlos Cosco el mensaje de que sus declaraciones no lo incriminaban a él, que no iban a ser tomadas en cuenta por la justicia y que habían abandonado el programa de protección de testigos. Que solo quería poder vivir sin miedo a ser asesinada; a cambio le ofrecía que recuperara el vínculo con su hija. Carlo Cosco aceptaba y la relación con Lea y Denise parecía entrar en cauces lo más parecido a una familia funcional, separada, divorciada, pero lo más aparentemente cercano a lo norma. Las dos mujeres habían decidido quedarse en Campobasso y Carlo Cosco alquilaba un departamento en el que se instalaba Denise, la madre de Carlo Cosco y un sobrino de este. Él también ocupaba algunas veces la casa. Era quién lo pagaba y con ello hacía sentir la presión sobre Lea. El vínculo de Lea con Carlo Cosco y el resto de su familia política no se distendía. Ella no podía aceptar, no podía entender qué hacían todos ellos ahí, con ella y con su hija. Ella había cuidado a Denise, la había protegido de todos los peligros, incluso de los peligros futuros, aquellos que de una u otra manera llegarían por estar cerca de la mafia.


Denise y su madre, Lea Garofalo.
Denise y su madre, Lea Garofalo.

La precaria convivencia que tenían se rompía unos pocos días después del cumpleaños treinta y cinco de Lea. La relación con su exsuegra era muy mala y está la acusaba a Lea de generarle problemas de salud por los gritos y los insultos de Lea. Uno de esos días, Lea y Carlo Cosco compartían la habitación por primera vez después de trece años. Todo transitaba en una tensa calma, hasta que los reproches de Piera -la madre de Carlo Cosco- hacían explotar a Lea. Con un cuchillo en su mano comenzaba a gritarle a todos en la habitación. “¿Qué mierda hacen todos ustedes acá? ¿Qué carajo hacen acá? Fuera de acá todos. Fuera, fuera fuera”. Los gritos de Lea, que no dejaba de apuntar con el cuchillo a Carlo Cosco, salían de lo más profundo de su alma. La saliva, las lágrimas y el rojo de su cara que demostraban la furia y el odio que la inundaba le daban a Lea un aspecto totalmente desconocido. Carlo Cosco agarraba sus valijas, besaba a Denise y se retiraba de la casa sin emitir un solo sonido. Denise solo lloraba.


El 2 de mayo de 2008, Lea y Denise iban hasta Roma para asistir a un concierto. Durmieron en la ciudad eterna varios días. El 5 de mayo retornaban a Campobasso. El cansancio del viaje hacía que Denise no fuera a la escuela y decidiera quedarse en la casa. Su padre la había llamado para avisarle que enviaría un técnico para reparar el lavarropas descompuesto de la casa. Pasado el mediodía, el timbre sonaba y Lea abría la puerta con un cuchillo escondido en el bolsillo trasero de su pantalón. El técnico ingresaba y conversaba con Lea de camino a la cocina sobre los posibles problemas del lavarropas. Ya los dos en la cocina, el silencio que anuncia las tempestades invadía el ambiente. El técnico no abría su caja de herramientas y Lea finalmente le decía: “Si tenes que matarme hacelo ya”. El supuesto técnico en realidad era un sicario enviado por Carlo Cosco que se abalanzaba sobre Lea e intentaba asfixiarla como su mandante lo había intentado hacer cuando Lea lo visitaba en la cárcel casi diez años antes. Ante los gritos y el ruido del forcejeo, Denise bajaba corriendo y se sumaba a la pelea de su madre con el sicario para sobrevivir. El sicario al sentir a Denise sobre su cuerpo que se sumaba a la lucha lo hacía entrar en pánico. Denise no debía estar allí, debía estar en la escuela. El sicario lograba sacarse de encima a las dos mujeres y emprendía la huida. Lea no había escapado de un intento de asesinato. El sicario debía secuestrarla y trasladarla hasta Bari, en la región de la Puglia, donde esperaban Carlo Cosco y sus hermanos para ellos asesinarla.


Lea y Denise ese mismo día del ataque huían y pasaban la noche en una pensión de Campobasso. No tenían dinero. Habían huido sin el poco dinero con el que contaban. Al otro día, escapaban de la pensión sin pagar y se instalaban en una carpa en la plaza de Campobasso, frente al edificio del alcalde. Allí estarían seguras, pero no había vida posible de continuar así. Lea se decidía por volver a Calabria, a Petilia Policastro, a Pagliarelle, donde suponía que todos y cualquiera podría asesinarla, pero también el único lugar en donde tenía un plato de comida y un techo digno para su hija. Las dos tomaban el tren y llegaban a Pagliarelle, a la casa de Santina, la madre de Lea y la abuela de Denise. Los primeros días eran de encierro absoluto; los subsiguientes solo para Lea. Denise comenzaba a caminar por el pueblo, tomaba helado, comía pizza con sus amigos y hacía excursiones con su padre que viajaba cada vez con más frecuencia desde Milán hasta Calabria. Después de casi veinte años, Lea estaba como cuando había huido, cuando tenía quince años y se había aferrado a la esperanza. Quince años despues estaba encerrada, con miedo y enterrada en un pueblo en el que ya no tenía más que a su hermana y su madre.


El tiempo que Denise compartía con Carlo Cosco aflojaban los nervios de Lea que comenzaba a bajar la guardia. Pensaba que quizás el padre de Denise se había ablandado, que le había perdonado todas aquellas supuestas ofensas. Lea también comenzaba a caminar por las calles, con miedo, pero con una luz de esperanza sobre sus espaldas, la misma que la llevaba a retomar el diálogo con Carlo Cosco. Su hija, el pedido de perdón, el futuro y la esperanza de una correcta relación -quizás hasta más que eso- eran los temas frecuentes de las conversaciones entre ellos.


Lea y Denise estaban citadas para presentarse ante un tribunal en Florencia. Un tiempo atrás, Denise había sido atacada por una adolescente que la acusaba de robarle su novio y Lea la había golpeado a la agresora. Era una denuncia por lesiones menores, pero Lea debía presentarse ante el tribunal y acompañada de una abogada. Nuevamente la abogada de la asociación Libera, la que la había estado ayudando todos esos últimos años antes la representaba. La audiencia fue breve y la abogada lograba una condena que no pasaba de una amonestación. Mientras Lea, Denise y la abogada estaban en Florencia, Denise recibía la invitación de su padre para que lo visitaran en su casa de Milán, en el mismo edificio del que Lea había huido cuando Carlo Cosco la había golpeado. El padre lograba convencer a su hija con la promesa de unos días de descanso y compras en una ciudad como Milán, la ciudad de la moda, una moda que todavía resultaba ser lejana en Calabria. Lea estaba convencida o se convencía de que Carlo Cosco había cambiado. También pensaba que Milán no era Calabria y que asesinarla allí no era algo que pudiera ocurrir. La abogada discutía con ellas. Les pedía, casi que les rogaba que no fueran a Milán. Les ofrecía poner a disposición las instalaciones de la asociación Libera para que ellas vivieran y se sintieran protegidas. Pero la táctica de Carlo Cosco para franquear las defensas de Lea y su hija había sido exitosa y Lea solo tenía en su mente a un hombre que ya no la maltrataba y que parecía amar a su hija. Lea y Denise se despedían de la abogada y finalmente se subían en el tren nocturno con destino a Milán.

Lea buscaba que la vida de su hija Denise estuviera lo más alejada posible de la mafía.
Lea buscaba que la vida de su hija Denise estuviera lo más alejada posible de la mafía.

Cuando las dos llegaban a la estación de trenes de Milán las estaba esperando Carlo Cosco. También estaban varios hombres de la 'ndrina de Cosco en la estación. Vito y Giuseppe Cosco -los hermanos de Carlo Cosco-, Massimo Sabatino -el falso reparador de lavarropas-, Rosario Curcio y Carmine Venturino, dos miembros más de la organización criminal, que día y noche seguían a Lea por las calles de Milán. Eran parte de un plan que Carlo Cosco no había logrado ejecutar ni en Calabria ni en Florencia y que con el tiempo terminaban justificando la que era la aparente paranoia de Lea. En Milán, el plan que Carlo Cosco había diseñado para matar a Lea también fallaba varias veces. Había logrado separar a Lea de Denise varias veces, pero en esas oportunidades, los asociados a su 'ndrina habían fallado. La obsesión de Carlo Cosco por matar a Lea era algo conocido en el mundo y submundo de la 'Ndrangheta y no podía seguir dejando pasar el tiempo, el supuesto prestigio que debía recuperar frente a los demás asociados ya había sido mancillado varias veces por Lea y durante mucho tiempo. La última oportunidad se le presentaba el día en que la madre y su hija debían regresar a Calabria. En el tren de las 23.30. Para ello, le agendaba a Denise una cena de despedida con sus primos, mientras él supuestamente iba a cenar a solas con Lea.


Cerca de las seis de la tarde Carlo Cosco recogía a Denise y la llevaba hasta el número 6 de vía Montello. Luego pasaba a recoger a Lea para supuestamente ir hasta un restaurante en el centro histórico de Milán. Carlo Cosco le pedía a Lea que lo acompañara hasta un departamento cercano al restaurante para recoger unas cosas. Los dos bajaban del vehículo frente a un edificio en la vía San Vittore. Los dos ingresaban al edificio mientras eran observados por Carmine Venturino que a una distancia prudencial y en la oscuridad controlaba el ambiente. Lea y Carlo Cosco subían por el ascensor y cuando llegaban a la puerta del departamento los recibía Vito Cosco. Lea comenzaba a ser golpeada una y otra vez. Su ropa desgarrada y finalmente asesinada mediante la asfixia con una cuerda alrededor de su cuello que seguramente Carlo Cosco se había reservado el derecho de cometer.


Media hora después de que los dos habían ingresado al edificio, Carlo Cosco se retiraba en el mismo auto en el que había llegado junto a Lea. Minutos después lo hacía Vito Cosco que iba al encuentro de Carmine Venturino y le decía “Ya está hecho, Lea está muerta. Encargate”. Después de trece años, en poco más de media hora, con tan solo cuarenta o cincuenta segundos de apretar con fuerza y odio una cuerda alrededor del cuello de Lea, Carlo Cosco cumplía con la tradición de la mafia y su supuesto deber.


A Carmine Venturino se le sumaba Rosario Curcio. Juntos subían hasta el departamento y se encontraban con el cuerpo de Lea. Estaba cubierto por un sillón dado vuelta. Irreconocible, con la cara hinchada. Desfigurada. Llena de moretones, con la boca ensangrentada y la soga verde incrustada en el cuello. Carmine Venturino y Rosario Curcio ataban el cuerpo de Lea con una sábana, lo introducían en una caja y lo bajaban hasta el vestíbulo del edificio. Luego lo introducían en el baúl del coche y lo dejaban estacionado en la calle. A la mañana siguiente, el 25 de noviembre de 2009 se trasladaban hasta una nave industrial en las afueras de Monza a casi una hora de Milán. Carmine Venturino y Rosario Curcio también llevaban diez litros de gasolina para prender fuego al cuerpo. En un contenedor metálico arrojaban el cuerpo, volcaban los diez litros de gasolina y se quedaban viéndolo arder. Cavaban un pozo. Después de una hora de combustión, Carmine Venturino tomaba un hacha y partía lo que quedaba del cuerpo de Lea en varios pedazos. Los arrojaban al pozo y los cubrían con tierra y una plancha metálica. Los dos se subían al vehículo y volvían a Milán. Vito Cosco les entregaba otros cinco litros de gasolina y junto a ellos volvían a Monza, desenterraban los pedazos del cuerpo de Lea y volvían a prenderlo fuego. Cuando el fuego parecía extinguirse le arrojaban papel y madera. Terminada la más espantosa y terrorífica escena en donde el fuego y el desprecio por la vida eran los protagonistas, comenzaban a golpear con palas a las pocas piezas del cuerpo de Lea que todavía conservaban cierta forma humana. Los tres volvían otra vez hacía Milán, pero no estaban dispuestos a dejar en paz a Lea. Ni siquiera a lo poco que quedaba de ella. Al otro día, Carmine Venturino y Vito Cosco regresaban a Monza, por tercera vez. Recogían los pocos fragmentos que quedaban del cuerpo de Lea, todos ellos mezclados con una incontable cantidad de cenizas y los tiraban en un pozo cercano al primero. El sufrimiento, el odio y el maltrato sobre el cuerpo en vida y muerte de Lea definitivamente había concluido.


La nave logistica donde escondieron los restos de Lea.
La nave logistica donde escondieron los restos de Lea.

El mismo día de la desaparición de su madre, su hija Denise naturalmente volcaba las sospechas sobre su padre. Carlo Cosco decía que habían discutido y Lea había huido, pero que estaba tranquilo, seguro de que ella regresaría. Junto a Denise, él mismo se presentaba frente a las autoridades y denunciaba la desaparición de su exesposa y madre de su única hija. Para evitar cualquier intento por parte de Denise de colaborar con la justicia, Carlo Cosco decidía trasladarla hasta Calabria, a Pagliarelle y Petilia Policastro donde pudiera controlarla. La dejaba al cuidado de su tía Marisa -la hermana de Lea- pero bajo el control de Carmine Venturino que hacía las veces de chofer, cuidador y confidente de Denise. Ese intento por parte de Carlo Cosco por controlar las posibles repercusiones del asesinato de Lea, una mujer que durante muchos años lo había denunciado y que correctamente lo convertía en el primer sospechoso dejaba cabos sueltos.


En diciembre de 2009, era detenido por traficar heroína en Milán, el técnico de lavarropas, Massimo Sabatino, el que había intentado secuestrar a Lea. En muy poco tiempo, le comenzaba a contar infidencias criminales a su compañero de celda, en particular los encargos criminales que Carlo Cosco le había asignado y que no le había pagado, entre ellos, el fallido secuestro de Lea. El compañero de celda de Massimo Sabatino tomaba la información que éste le daba y la utilizaba para negociar una sentencia a su favor. Le informaba de todo lo que escuchaba a las autoridades que se consagraban a constatar la información, que, si bien no era suficiente, los acercaba cada vez más a Carlo Cosco y el resto de la 'ndrina. Mientras tanto Denise se enamoraba de Carmine Venturino, al que le confiaba y le rogaba información sobre el paradero de su madre, pero Carmine Venturino, que, si bien arriesgaba su vida al enamorarse de la hija del boss, no se animaba a confesarle su papel en el asesinato de la madre de su enamorada. Para ese entonces, los equipos de investigación ya seguían de cerca a Carlo Cosco y al resto de sus hombres. También a Denise y a Carmine Venturino.


Los intentos de Carlo Cosco por calmar y controlar a Denise eran infructuosos. Si bien, la joven abandonaba el programa de protección de testigos para dar una buena impresión a su padre, seguía colaborando con los carabinieri en secreto. En abril de 2010, Denise volvía a huir, ya sin su madre. Después de conversar con la abogada de la asociación Libera, tomaba un tren y llegaba a Turín, donde un grupo de militantes de esa misma asociación la resguardaban en un departamento seguro, desconocido para el resto de la población. La desesperación de Carlo Cosco ante la fuga de Denise alcanzaba niveles desconocidos: para preservarse él y para cuidar a la 'ndrina le ordenaba a Carmine Venturino asesinar a Denise, a su propia hija. Cuando ella apareciera, Carmine Venturino debía asesinarla, pero la pareja de Denise se negaba a hacerlo. Suponía y sabía que eso se convertiría en su propia sentencia de muerte frente a Carlo Cosco. A través de mentiras y excusas evitaba cumplir la orden de su jefe. Mientras tanto, la investigación sobre los asesinos de Lea continuaba y el 18 de octubre de 2010, casi un año despues del asesinato, el fiscal a cargo de la investigación ordenaba la detención de todos los involucrados: Carlo Cosco, Vito Cosco, Carmine Venturino y Rosario Curcio; Massimo Sabatino ya se encontraba detenido. Carmine Venturino sería detenido en las playas de Botricello, cerca de Catanzaro, en Calabria. Carmine Venturino caminaba junto a Denise por la playa cuando un grupo de policías se acercaba hasta él y lo esposaba sin la más mínima resistencia. Uno de los policías le informaba a Denise: “Venturino es uno de los asesinos de tu madre”.


A los pocos días Denise se marchaba nuevamente a Turín, se encontraba nuevamente bajo el sistema de protección de testigos y estaba acompañada por los miembros de la asociación antimafia Libera. Solo le quedaba esperar el juicio contra los asesinos de su madre -su padre, sus tíos y su pareja- y aferrarse a la esperanza de encontrar su cuerpo. Denise declaraba en el juicio y lo hacía sin vacilaciones. Durante dos días contaba los padecimientos de ella y su madre en los intentos por sobrevivir del terror que les impartía su padre y la organización a la que este pertenecía. Cada vez que podía, en medio de las preguntas de la fiscalía intentaba que se reconociera la valentía de su madre por alejarla de ese mundo. En marzo de 2012, después de varias interrupciones procesales, el juicio contra los asesinos de Lea llegaba a su fin. Todos ellos eran condenados a cadena perpetua. El día de la sentencia, cientos de jóvenes apoyaban a Denise desde las tribunas del tribunal y las calles. Pero los restos de Lea seguían sin aparecer.


Los jovenes y las mujeres siempre acompañaron a Denise en la busqeuda de justicia.
Los jovenes y las mujeres siempre acompañaron a Denise en la busqeuda de justicia.

Carmine Venturino con treinta y cuatro años y una condena perpetua sobre su conciencia y su espalda se decidía a colaborar con la justicia. Les contaba a las autoridades que había conocido a Carlo Cosco y sus hermanos como consumidor frecuente de hachís y heroína. Que luego se dedicaba a pasar -vender- esa misma droga al menudeo para la 'ndrina de Carlo Cosco y que poco a poco se había involucrado en todo tipo de delitos. Relataba que los Cosco habían tomado posición por los Mirabelli en la faida contra Floriano Garofalo y se habían involucrado en el asesinato de los primos y el hermano de Lea. Un mes antes, las fuerzas de seguridad habían irrumpido nuevamente sobre el edificio del número 6 de vía Montello en Milán. El lugar con más de doscientos residentes era todos identificados. Varios 'ndranghetista eran detenidos y los restantes terminaban siendo desalojados; la mole de tres pisos de altura, cubierto de moho con una estructura panóptica y que había dado cobijo a Carlo Cosco y tantos otros mafiosos quedaba definitivamente vacía. Carmine Venturino también indicaba el lugar donde estaban enterrados los miles de pequeños restos que unos años antes habían sido Lea, una madre, una mujer calabresa, que había nacido en Petilia Policastro y que soñaba con dejar atrás aquel lugar recordado por el diablo. Del pozo donde estaba Lea se recogían 2.812 fragmentos óseos, pedazos de un implante dental que Lea se había colocado en el año 2007 y micropartículas de un collar y una pulsera que Lea llevaba el día de su asesinato. Tres kilos de cenizas completaban la nauseabunda escena de recupero.


El 19 de octubre de 2013, casi mil quinientos días despues del asesinato, durante una ceremonia que transitaba las calles heladas de Milán, el ataúd con los restos de Lea era colocado en un estrado frente a una multitud que se había congregado para despedir y rendir homenaje a la mujer que buscó torcer su destino y que logró hacerlo con el de su hija. Denise a la distancia, a través de una comunicación telefónica que se amplificaba para que la multitud la oyera les decía y le decía: “Tu corazón y tu conciencia serán siempre manantiales de libertad. Fuiste una mártir de verdad y tu espíritu no morirá nunca”. Cuando el funeral acababa, una mujer calabresa, esposa de un capo 'ndranghetista, se presentaba ante la abogada de la asociación Libera que había acompañado a Lea y le pedía ayuda para declarar contra su marido. “Lea me ha enseñado a ser valiente. Lea me ha enseñado a tener coraje”.


La revolución de las madres calabresas se había iniciado. Después de Lea, más mujeres comenzaron a denunciar a sus esposos, padres, hermanos e hijos afiliados a la mafia. Desde hace ya unos años se creó en Italia un programa específico para ayudar a mujeres como Lea y Denise, que no cometían delitos, que decidía colaborar con la justicia y que no encontraban en el Estado el apoyo suficiente para descubrir las oportunidades para construir una nueva vida.

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