Agustín no es un pibe rosarino más. Tal vez, como muchos otros de su edad, sea fanático de los ídolos del fútbol local y tenga algún que otro romance adolescente por el barrio. Tal vez prefiere juntarse con sus amigos que estar en casa y le guste participar de algún picadito de vez en cuando. Pero la realidad es que Agustín está lejos de sus viejos, que muchas noches cumple con los mandados de gente poderosa y peligrosa, y que incluso ni siquiera su nombre real es Agustín.
Lo cierto es que está próximo a cumplir 16 años. Edad que se vuelve un riesgo, porque se encuentra al borde de quedar bajo la tutela de un Juzgado de Menores. Y eso, al abuelo no le gusta, porque Agustín es quien trae la guita en casa y quien ayuda a sus viejos que están en la cárcel. Para Agustín no hay otra forma de vida. Desde chico fue motivado por su abuelo a delinquir y la calle, y su corta edad, lo acercaron a las redes que controlan los barrios de la periferia de Rosario. Esas redes que utilizan a los pibes para concretar lo que otros no pueden, porque la cárcel no es una opción. Quienes los convierten en mano de obra barata y violenta. Y así fue que Agustín conoció lo que es integrar una organización criminal, lo que es planificar un delito, lo que es sentirse poderoso y tener el bolsillo abultado.
¿Y qué contra eso? Porque en su interior, Agustín reconoce que no es lo que desea para el resto de su vida. Porque cada noche tiene miedo de dar la última bocanada de aire. Porque muchas veces prefiere hablar con quienes realmente lo escuchan y lo quiere sacar de ahí, pero no puede, porque siente que las opciones son una porquería. Y tiene razón. ¿Qué recursos le puede brindar un Estado prácticamente ausente a un pibe de 15 años que no tiene nada que perder?
El verdadero desafío al que se enfrenta la política; pensar una solución para quienes están sumergidos en la extrema vulnerabilidad y tienen a su alcance la posibilidad de generar ganancias impensadas en una noche. El de pensar estrategias que abarquen más allá del punitivismo, y que se diseñen a partir del análisis socioeconómico de quienes son reclutados para fines delictivos.
En el mientras tanto, Agustín participó en una operación pesada. Y el resultado fue peor de lo que esperaba. Rápidamente, y mucho antes de lo pensado, su nombre apareció en la prensa local por ser protagonista de un hecho que lamenta, pero del que no tiene retorno. Se supo quién era, qué hizo y con quienes andaba. Y si bien su rostro no apareció, el barrio sabía que había sido él.
Historias como la de Agustín hay muchas. Tantas como experiencias disruptivas que marcan un precedente, más positivo. Soluciones puestas en práctica de manera eficiente, quizás no tantas.
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