Las crisis del sistema capitalista doblegaron a los poderes del capital. Algo para reconstruir y algunos sectores tienen la responsabilidad.
Caminaron sobre alfombras rojas recorriendo pasillos cubiertos de pinturas famosas. El clima fue aceptablemente templado pero la calefacción se mantuvo encendida porque no se apagaba en todo el año sea cual fuera la temperatura en el exterior. Los asistentes vistieron elegantes: ambos, esmoquins, corbatas en abundancia y unos cuantos moños. Todos de negro y blanco, no fue una época que permitió la innovación con los colores en la vestimenta y mucho menos en aquellas circunstancias.
Pocas personas supieron que la economía diaria, sus relaciones sociales y su modo de vida en general tuvo mucho más que ver con las reuniones que se dieron en el estado de New Hampshire que con la ciudad o el país en el que nacieron. Aquel pequeño estado en el noreste de los Estados Unidos y que formó parte de las trece colonias rebeldes contra el Reino Unido en la Guerra de la Independencia, tiene una pequeña área en la cual todavía hoy se erige sobre un muy verde césped, el complejo hotelero “Mount Washington”.
Construido entre los años 1900 y 1902 por el rico empresario del carbón Joseph Stickney, el fastuoso hotel fue el hogar para centenares de economistas, políticos y diplomáticos durante más de 20 días en el verano de 1944. Esa enorme masa de ladrillos recubierta de pulcro yeso blanco es hoy la segunda atracción turística de aquel estado, en primer lugar se encuentran las famosas pistas de esquí.
Las comitivas representaron a 44 países que se reunieron en ese hotel a definir el futuro capitalismo mundial; mientras tanto Europa, África y Asia se desangraban entre la pólvora y la sangre. Los técnicos y funcionarios de los países Aliados durante la Segunda Guerra Mundial se congregaron para acordar un programa económico y político que brindara la estabilidad económica perdida durante el periodo de entreguerras y que entre varias cosas permitió el ascenso y la consolidación de los diferentes regímenes totalitarios en Europa.
Los lineamientos generales que definieron las potencias occidentales (Estados Unidos y Gran Bretaña) y que básicamente debieron acompañar las demás naciones fueron claros: alcanzar el pleno empleo y estabilizar los precios de las mercancías para que en un marco general de estabilidad se alcanzara el equilibrio externo y la eliminación de las restricciones productivas y comerciales en el mercado mundial.
Una de las cláusulas más importantes en los llamados acuerdos de Bretton Woods fue la determinación del dólar norteamericano como la moneda oficial para todas las transacciones internacionales. El dólar se emparentó al oro. Cada onza de oro pasó a valer 35 dólares. La Reserva Federal de los Estados Unidos asumió la función de mantener el circulante de dólar en relación al oro y así mantener su valor. Para explicarlo mejor: por cada 35 dólares que se emitieron se debió tener de respaldo una onza de oro. En esas mismas reuniones que llevaron a la firma de los acuerdos se decidió constituir el hoy tan famoso Fondo Monetario Mundial (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Los billetes que llevan la imagen de George Washington, Abraham Lincoln o Benjamin Franklin se volvieron la moneda de referencia de y en todo el mundo ¿Porque? Básicamente porque pudieron. Cuando terminó la guerra, los europeos vieron sus tierras sembradas de cadáveres, sus casas y fábricas en ruinas y las reservas de oro agotadas, por lo tanto, Estados Unidos que tuvo más cadáveres en los estados segregados del sur que en Europa, con sus casas y fábricas en perfecto estado y con las reservas de oro en crecimiento se logró convertir en el jugador principal y el nuevo árbitro del partido económico mundial.
Con el 50 por ciento del PBI mundial en sus manos, Estados Unidos pudo decidir por todos y así lo hizo. Cuando llegó a su fin la Segunda Guerra, el sistema productivo norteamericano fue el único que pudo producir casi todas las manufacturas que quisiera, pero se enfrentó al enorme problema de que no tuvo a quien venderselas salvo a los Estados al sur del río Bravo y algún que otro país periférico en Oceanía. Tantos unos como los otros, se mantuvieron al margen durante la guerra y producto de la interrupción del comercio mundial años antes iniciaron un tibio pero efectivo proceso para sustituir importaciones.
Los acuerdos de Bretton Woods en pocos años cumplieron su cometido. La economía de los países “desarrollados” volvieron a ser las piezas principales de un restaurado sistema económico diferente. La producción de manufacturas se cuadriplicó, el comercio mundial alcanzó niveles históricos y quien controló la mayor parte de todo ello fue la economía norteamericana.
Los años dorados del capitalismo -desde 1950 hasta 1970- fueron los años de expansión y desarrollo para el modo de producción fordista, un sistema que debió su nombre al fabricante de automóviles Henry Ford y que no solo se trató de un sistema de producción implementado en casi todas las áreas de la economía, también fue un modo de vida que restauró la confianza de los racionalistas y fisiócratas que creyeron que con el alumbramiento de la “Modernidad”, el progreso sería continuo e indefinido. Pero el hecho de que en la Europa de la razón murieron más de 100 millones de personas por las guerras la ilusión del progreso indefinido no fue algo estable en el tiempo.
“Los trabajadores obtenían salarios y beneficios complementarios que iban subiendo con regularidad, y un estado del bienestar que iba ampliando su cobertura y era cada vez más generoso. Los gobiernos conseguían estabilidad política, debilitando así a los partidos comunistas (menos en Italia), y unas condiciones predecibles para la gestion macroeconómica que ahora practicaban todos los estados” (Hobsbawm, 2009, p. 285). Los trabajadores blancos y la flamante clase media nunca volvieron a vivir en mejores condiciones económicas que en aquellos años dorados del capitalismo.
GUERRA, PRODUCCIÓN Y FINANCIACIÓN
A finales de los años sesenta al tiempo que la economía dejó de ser internacional y se convirtió en transnacional comenzaron a mostrarse las primeras señales de desaceleración e inestabilidad en el sistema económico mundial. Los niveles económicos y sociales se mantuvieron estables por casi 20 años, pero con la sola desaceleración de algunos de los indicadores -el precio de las materias primas- se iniciaron los problemas.
El sistema fordista ya no consiguió mantener los niveles de ganancia y las empresas comenzaron a transferir el capital desde los grandes centros industriales del primer mundo hacía la denominada periferia o países del tercer mundo. Los enormes complejos industriales de producción en serie del hemisferio norte se convirtieron en esqueletos naranjas que no cumplieron más función que la de ser depósitos derruidos dedicados a alojar desempleados y desplazados.
La transnacionalización y la todavía estabilidad política-económica le garantizó a los empresarios la posibilidad de reducir sus costos de fabricación -impuestos, salarios y materias primas en país de origen- trasladando la producción hacia países con economías frágiles y con legislaciones laborales precarias por la determinación de dictaduras sangrientas y/o gobernantes corruptos. Pero todo ello no fue suficiente y el punto de quiebre se dio nuevamente a través de un acontecimiento bélico.
Los Estados Unidos en su pelea mundial contra el comunismo decidió invadir Vietnam del Norte en el año 1955 para intentar impedir que aquel país se unifique bajo un gobierno de identidad comunista. Ese conflicto que debió ser de una rápida ocupación y resolución mediante la implantación de un gobernante títere no fue posible. La resistencia vietnamita a través de la guerra de guerrillas se volvió inmanejable para los generales norteamericanos.
El envío de tropas, armas, aviones y helicópteros “made in USA” a más de 13.000 kilómetros de distancia durante los veinte años que terminó durando aquella guerra desequilibraron aún más las finanzas norteamericanas. Los presidentes Lyndon B. Johnson y Richard Nixon necesitaron aumentar la emisión monetaria para seguir solventando la extensa empresa bélica y también cubrir las importaciones muy superiores en número y precio a las exportaciones. La emisión y posterior fuga de los dólares, junto a una balanza comercial deficitaria y un progresivo abandono de los países europeos del sistema paritario de sus monedas respecto al dólar, fueron las condiciones justas para que Nixon en 1973 pudiera romper los acuerdos de Bretton Woods, declarar la inconvertibilidad del dólar por oro, intentar impedir que la sangría metálica de las reservas norteamericanas continuará y equilibrar la balanza comercial. Nixon además redujo el gasto público y estableció un impuesto del 10 por ciento a las importaciones. Todo lo acordado en el hotel de New Hampshire para controlar a la fuerza del capital cayó 29 años después, pero ello fue el primer golpe.
Los circulantes monetarios que ya por ese entonces fueron abundantes se expandieron como la peste por el aumento en el precio de las materias primas, la reproducción del crédito sobre los dólares en el sistema financiero europeo -eurodólares-, la inyección de petrodólares árabes que inestablemente respaldaron la moneda norteamericana y por los incipientes narcodólares que comenzaron a inflar los balances de las empresas radicadas en paraísos fiscales, los principales aceleradores del mercado financiero internacional. La sobreabundancia de dinero se canalizó presionando política y económicamente a los países latinoamericanos, africanos y asiáticos para que aceptaran exuberantes créditos sin importar si sus economías eran realmente solventes para responder a la obligación contraída.
El neoliberalismo no solo se trató del cierre de fábricas en los viejos y grandes centros industriales de Europa y Estados Unidos en reemplazo de pequeñas fábricas diseminadas en continentes y países empobrecidos. Los trabajadores y trabajadoras ensamblaron un mismo artículo con componentes de diferentes orígenes a costa de míseros salarios y la degradación permanente de la democracia producto de la complacencia de la clase política con empresarios inescrupulosos que iniciaron el divorcio entre la economía real y la economía financiera.
PARAÍSOS FISCALES, INFIERNOS SOCIALES
La veracidad mediática y el cine hollywoodense crearon un halo de sentido común en relación a los paraísos fiscales: que son estados fallidos que no se someten al control internacional, que ocultan el nombre de los verdaderos dueños del dinero en sus territorios y que la mayoría de las cuentas pertenecen a personas involucrados en delitos vinculados al crimen organizado.
Si bien todas esas afirmaciones son parcialmente verdaderas también son parciales o encubiertamente engañosas. Los paraísos fiscales como Suiza, Panamá, Bahamas, Isla Vírgenes, Hong Kong y Uruguay no solo brindan servicios financieros de anonimato al prototipo de criminales internacionales -traficantes de todo tipos, tratantes de personas y narcotraficantes-, sino también a gobernantes y empresarios corruptos que declaran sus ganancias y patrimonios en estos países para evitar el pago de impuestos y/o proyectar desde allí operaciones financieras en países con situaciones económicas endebles. Por ejemplo, el Banco Central de la República Argentina refinanció en el año 2017 los títulos de deuda “BONAR 2024” por mil millones de dólares a través de los bancos Credit Suisse de las Islas Caimán y el ICBC en los Emiratos Árabes.
El primer paraíso fiscal moderno fue la Confederación Suiza. El sentido común le fabricó un origen más amigable. Un Estado que se presenta con tantos logros de avanzada modernidad debió de contar con una historia de solidaridad y sacrificio para justificar al resto del mundo que oculta la riqueza robada de tantos otros países; para ello el nazismo y el holocausto fueron el eje vertebral del discurso purificador.
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial Suiza se declaró neutral y por ello supuestamente pudo proteger los ahorros de los perseguidos por los regímenes totalitarios europeos. La realidad tuvo poco que ver con esa filantrópica pero falsa historia de protección y solidaridad Desde la Primera Guerra Mundial el sistema financiero suizo ofreció dos elementos básicos para la entonces pujante burguesía europea y norteamericana: el anonimato y una reducida tasa arancelaria.
El economista Gabriel Zucman logró determinar que durante el bienio de 1921-1922 y el trienio 1925-1927 se registró el mayor incremento cuantitativamente medible de activos depositados en el sistema financiero suizo. Pero faltaron diez años para que los bancos suizos implementaran el secreto bancario, cuando por ejemplo Francia endureció los programas de fiscalidad sobre las grandes fortunas y su gran burguesía decidió trasladar una gran parte de sus activos hasta la ordenada y civilizada Suiza.
Con la descolonización territorial y gubernamental de los años sesenta y setenta producto de los cambios de época, como de la fundamental presión que ejercieron los movimientos revolucionarios civiles y armados, las potencias imperiales europeas antes de retirarse de los territorios coloniales dejaron una estructura empresarial milimétrica planificada para seguir explotando los recursos naturales estratégicos como el petróleo y la minería como sus inflados sistemas financieros.
La República Gabonesa surgió producto de obtener la independencia de Francia en 1960 y tuvo en la persona de Léon M'ba a su primer presidente y a la de Omar Bongo como su vicepresidente. Cuando el presidente y primer ministro falleció, Bongo asumió la primera magistratura del joven Estado y no la abandonó hasta pasado 42 años, para luego delegarlo a su hijo Ali. La particularidad en aquel pequeño país africano luego de medio siglo de independencia escrita, no fue -ni es- la perpetuación de una casta política y familiar sobre una precaria democracia: es la relación económica y política que se mantiene con quien fuera su metrópoli en lo formal y que lo sigue siendo en lo real.
Como bien cuenta el periodista británico Nicholas Shaxson en su magistral libro “Las islas del tesoro”, el joven presidente gabonés representante de la etnia -bateke-, recibió apoyo técnico y militar por parte del gobierno francés para mantener a raya cualquier intento de disputa de su poder supremo. A cambio, Bombo entregó las regalías petroleras y mineras de Gabón para las empresas de la III República.
La preferencia unilateral en la entrega de recursos como el petróleo y el uranio no fue suficiente. Las empresas francesas establecidas en Gabón triangularon la mayor parte de sus ganancias, que casi no tributaron impuestos -ni en el país de origen ni en Francia-, mediante sociedades intermediarias terminaron depositadas en plazas financieras como Suiza, Luxemburgo y otros paraísos fiscales.
El entramado colonial -petrolero y financiero- no solo involucró a empresarios y políticos africanos y franceses corruptos. Desde los años sesenta participaron de todas estas maniobras la cúpula dirigencial del partido de derecha más importante de Francia -Rassemblement pour la République-, hasta el propio François Mitterrand y los inoxidables e indeterminados servicios secretos franceses.
Durante el pasado siglo XX los dos sistemas en pugna hasta el último decenio de ese siglo fueron el comunismo y el capitalismo. Se batieron a duelo en extensas, ingeniosas y peligrosas peleas con el objetivo de presentarle a la sociedad mundial la mejor propuesta de gobierno y desarrollo para alcanzar un aumento sostenido y maximizado de las recursos y las ganancias, y así revertir las grandes tragedias económicas que se suscitaron hasta la mitad del pasado siglo.
El único de estos dos modelos que desde un principio se planteó -con aciertos y errores- la redistribución de ese crecimiento fue el comunismo, pero los catastróficos errores propios y los avances materiales e ideológicos del capitalismo terminaron por tumbar cualquier atisbo de discusión posible.
LA UNIPOLARIDAD, LAS CRISIS Y EL FUTURO PROMETEDOR
Con la estructuración del capitalismo como sistema cultural, económico, productivo y político excepcional, el neoliberalismo se transformó en una novedosa doctrina filosófica dentro de un sistema que consiguió la aceptación necesaria para rebatir cualquier elemento de discordancia sobre la proposición general de aumentar las ganancias para posteriormente distribuirlas.
La sobreproducción y el extractivismo se transformaron en las medidas justas de un sistema para actores con desesperados anhelos de aumentar cada vez más sus ganancias y distribuirlas cada vez menos. Las guerras por los recursos, la contaminación y la cara siempre oculta del toyotismo -el nuevo sistema productivo- se expandieron sin ningún tipo de límites junto al capital financiero que inició una larga carrera de independencia y descontrol.
Con la destrucción de los acuerdos de Bretton Woods, el núcleo central de la sociedad industrial, ese que determinó durante mucho tiempo la posición de sus tres actores fundamentales -obreros, burgueses y Estado- comenzó a disolverse. La transformación de recursos en manufacturas y la pelea por la apropiación de las ganancias que arrojaron esos procesos también fueron mutando poco a poco para que los trabajadores y la gran clase media no sepa quienes son los verdaderos dueños de los recursos y las ganancias.
Con la transnacionalización del capital y el desmedido aumento en el nivel de las ganancias, cualquier instrumento ciudadano y gubernamental se transformó en una herramienta vetusta e inoperante frente a un poder independiente y absorbente que resultó ser el capital financiero, el dominante del siglo XXI.
El sociólogo francés Alain Touraine en uno de sus más recientes trabajo denominado “Después de la crisis” busco comprender la mirada de los múltiples actores sociales en la estructuración de las continuas crisis. Asi busco entender que existe una original y urgente necesidad por encontrar acuerdos superiores que permitan abordar la vigente supremacía de ciertos actores globales que se encuentran orientados a seguir obteniendo la máxima ganancia en diferentes áreas.
Se vuelve prioritario que dejamos de añorar un mundo extinto de sociedades estructuradas y paquidérmicas con vínculos sociales disueltos. Esto igual no refiere a la aceptación derrotista de una sociedad líquida; todo proceso con el tiempo suficiente comienza a estructurar nuevas sociedades y se vuelve una oportunidad.
El postulado neoliberal de romper con la máxima de asociación y dependencia mutua entre los diferentes actores de la sociedad, en varios aspectos triunfó. Pero la memoria del pueblo y la confianza en la experiencia del progreso en conjunto logrando reivindicaciones humanas innegables en el transcurso de la historia puede y debe ser reconstituido.
La liquidez de la cual nos solemos confortar nuestro pesimismo no debe desplazar el objetivo fundamental de crear un nuevo sistema que distribuya los beneficios del conjunto, que respete la Casa Común -hoy la Iglesia Católica también pone en crisis el concepto inamovible de la propiedad privada- y que no puede ser solo una proveedora de recursos naturales para su transformación.
En el reconocimiento del Otro podremos constituir el Ser individual. Tal como planteó el profesor sueco Göran Therborn nos encontramos frente a una disyuntiva crucial. La considerada clase media y los movimientos obreros organizados son quienes deben tomar la mano de los excluidos y levantarlos para caminar al unísono. Son esos sectores quienes deben encarar la transformación en por lo menos tres grandes direcciones: discutir la excluyente inconformidad de muros, rejas y policías que los separan de sus semejantes, los menos afortunados. Plantear la ilegalidad y la inmoralidad que supone las colosales fortunas de un pequeño grupo de personas que lograron apropiarse de la casi totalidad de las ganancias circulantes en el mundo. Y por último, debemos trabajar en la construcción y ser parte de una nueva clase política formada en ciencia y espíritu, que consiga tender los puentes necesarios entre los hoy alejados movimientos obreros -quienes también deben recuperar la iniciativa perdida-, los sectores de clase media alejados de la representatividad de la producción, el medio ambiente y la solidaridad.
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