CESARE TERRANOVA: EL JUEZ QUE RECONOCIÓ EL PODER DE LA MAFIA
- Lucas Manjon
- 24 sept
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En los años 60, Cesare Terranova fue el primer juez en señalar que la mafia no eran delitos aislados, sino un sistema de poder infiltrado en la política y la economía. Volvió a Palermo en 1979 para seguir investigando y fue asesinado junto a su custodio Lenin Mancuso. Su viuda, Giovanna, mantuvo viva la lucha hasta lograr justicia años después.

Sicilia era su lugar en el mundo. Si bien conoció —en algunos casos a la fuerza— diferentes lugares, los paisajes del interior de la isla, del diminuto Petralia Sottana —el pueblo donde nació— eran sus recuerdos recurrentes durante los dos años que estuvo encerrado en un centro de detención africano al final de la Segunda Guerra Mundial. Ni bien lo liberaron, con la piel y el carácter curtidos por la arena, el sol y la cárcel, se dirigió inmediatamente hasta el extremo oeste de la isla de Sicilia, a la ciudad de Messina, para terminar la carrera de Derecho. Al otro año se graduó y, con la misma pasión y capacidad con la que terminó sus estudios, Cesare quedó a cargo de una magistratura en Messina. Se transformó en un jovencísimo magistrado de veintiséis años que, debido a su trabajo y compromiso, terminaba mudándose de oficina, casa y región. De Messina pasó a Rometta, donde dirigió la oficina judicial; de Rometta a Patti, y de allí a Palermo, la capital de Sicilia.
En los cincuenta conoció a Giovanna Giaconia, el gran amor de su vida. Un año después, igual de rápida que había sido su vida, se casaron cuando todavía estaba a cargo de la magistratura en Rometta. Giovanna era el complemento de un hombre y un trabajador riguroso. El propio Cesare lo reconocía en sus escritos, que aparentemente funcionaban para él como una terapia o una confesión a su inconsciente, en donde valoraba el afecto y la comprensión de Giovanna, sobre todo en los desacuerdos. El apoyo a la carrera de Cesare fue una de esas tantas muestras, y él lo notaba. En 1958, Cesare y Giovanna se mudaron a Palermo; el joven y brillante magistrado de treinta y siete años llegaba a la capital de Sicilia, a uno de los escritorios en el imponente Tribunal de Palermo y al feudo de la aristocracia mafiosa, que estaba a punto de desangrarse internamente.
Ni bien Cesare ocupó su nuevo puesto en la Oficina de Investigación del Tribunal de Palermo, las causas sobre la Cosa Nostra comenzaron a rebasarlo hasta imposibilitar reconocer los contornos de su escritorio. Quizás por ser el más joven, o el más entusiasta en ese entonces, Cesare tomaba todas las investigaciones que hasta él llegaban sobre las familias mafiosas de Palermo y alrededores y, además de investigar, se preocupaba por conocer a sus miembros y, sobre todo, su dinámica.

En los años sesenta, los mafiosos de la Cosa Nostra comenzaron una serie de movimientos internos que eran consecuencia de las nuevas actividades criminales de la época: el tráfico de drogas, sobre todo de heroína hacia los Estados Unidos. El dinero que la heroína les comenzaba a proveer se multiplicaba y, como suele suceder, junto al poder de la pólvora en manos de criminales se desencadenaron hechos que cambiaron el curso de la historia. Al asesinato de un mafioso siempre le siguen otros. Durante casi dos años, los bandos enfrentados aumentaban o disminuían según las evaluaciones bélicas que hacía cada uno de los aliados. Mientras los mafiosos de la aristocrática Palermo se asesinaban, en Corleone, un pequeño pueblo solo recordado por el diablo, un grupo de campesinos devenidos en matones y luego en mafiosos comenzaba su ascenso en la estructura criminal siciliana asesinando al jefe de la Cosa Nostra en esa región, un médico de nombre Michele Navarra. El líder de ese grupo de campesinos transformados en asesinos era Luciano Leggio, un campesino asociado a la mafia por su tío y que Navarra convirtió en su mano derecha y sicario de confianza. Diez años antes, por orden de su jefe, Leggio había secuestrado, asesinado y hecho desaparecer durante una decena de años a Placido Rizzotto, líder campesino de la misma región de los mafiosos.
Las fuerzas de seguridad, en especial los Carabineros, desde comienzos de siglo preparaban informes sobre las organizaciones mafiosas del sur de Italia. Muchas veces esos informes eran la piedra fundacional de una investigación judicial que, por ese entonces, generalmente terminaba en la nada. En el caso de la Cosa Nostra, con el paso del tiempo los informes mejoraban año tras año, y lo que en el pasado había sido un manojo de nombres y conjeturas se estaba convirtiendo en radiografías precisas sobre cada una de las familias, sus miembros, sus relaciones de parentesco y sus actividades pasadas y presentes. Dos de esos modernos informes llegaron hasta la oficina de Cesare: “Angelo La Barbera + 116” y “Luciano Leggio + 63”. Los dos informes se habían elaborado durante la primera guerra mafiosa y los dos terminaron en investigaciones judiciales instruidas por Cesare. La investigación en base al primer informe encontró un final desastroso a través de un juicio celebrado en Calabria —a 400 km del lugar de los hechos—, en el cual una gran cantidad de acusados terminaron absueltos y unos pocos mafiosos condenados con penas ridículamente bajas en relación con los delitos que se les imputaban. La segunda investigación que dirigió Cesare corrió peor suerte en Bari, a casi 700 km de Palermo.
La capacidad investigativa y judicial de Cesare marcaba su crecimiento y desarrollo profesional, pero en relación con la mafia y los mafiosos —a uno en particular—, sería su carácter desafiante y exceptuado de respeto hacia ellos lo que determinaría el resto de su vida. Durante las investigaciones previas a esos dos juicios, Cesare le tomó declaración a Leggio por una serie de crímenes, en particular los asesinatos del sindicalista Placido Rizzotto y del mafioso Navarra. Recluido en la cárcel de Ucciardone en Palermo, Leggio continuaba con su vida y su actividad criminal con normalidad. Gustaba de sostener su estatus mafioso y de intimidar a cualquier persona que se le pusiera enfrente, ya fuera otro mafioso o un magistrado. En el interrogatorio, Leggio se negó a contestar cualquier tipo de pregunta. Se negó incluso a contestar si su nombre era el que era. Cesare tomó la situación con tranquilidad y le pidió a su secretario que dejara constancia de que Leggio no sabía quién era su padre, sugiriendo que era un bastardo. La decisión de Cesare fue un insulto en la cara del propio mafioso. Sugerir lo que sugirió era uno de los peores agravios que una persona —fuera mafioso o no— podía recibir. Para el orgullo y el fariseo respeto que un mafioso como Leggio creía detentar, el desprecio de Cesare se convirtió en algo que jamás olvidaría.
Las mudanzas de oficina, casa y región volvían para Cesare y su esposa

Giovanna. Trece años después de trabajar en Palermo, Cesare asumió el cargo de fiscal en la República de Marsala. Pero sería una brevísima mudanza. La más corta. Cesare integraba la lista del Partido Comunista Italiano (PCI) como representante independiente y en 1972 terminó ingresando al Parlamento Nacional, lo cual lo llevó a mudarse una vez más de oficina, casa y región durante siete años. Cesare, por su experiencia y compromiso, naturalmente integró la Comisión Antimafia junto a Pio La Torre, sindicalista de Sicilia y miembro del PCI. Durante esos dos mandatos, Cesare junto a Pio trabajaron para que desde Roma —el centro político y uno de los centros económicos más importantes del país— se transformara, por un lado, la mirada y la comprensión sobre el fenómeno de la mafia y, por el otro, en definitiva, se generarán instrumentos para prevenir y enfrentar la transformación de la mafia. Cuatro años después de haber asumido en el Parlamento, Cesare y Pio se opusieron al informe ridículamente frívolo que había elaborado la mayoría de los diputados que integraban la Comisión Antimafia. Los dos sicilianos presentaron un informe en oposición, en minoría. El documento era un verdadero decálogo sobre la mafia siciliana a mediados de los años setenta, pero la claridad y la convicción con la que se explayaron Cesare y Pio sobre los vínculos entre los mafiosos y los políticos de Sicilia lo transformaron en un reporte premonitorio de los futuros negocios criminales —sobre todo a través de la clase política siciliana— y de los futuros líderes mafiosos.
El tiempo de Cesare en Roma fue intenso en lo laboral, pero relativamente tranquilo en lo que se refería a su seguridad. En ese tiempo, si bien la capital italiana no estaba exenta de organizaciones mafiosas, el mayor riesgo lo representaban las organizaciones terroristas de derecha e izquierda. Pero al sur de Roma, los verdugos de la democracia seguían siendo las organizaciones mafiosas. La investigación que dirigió Cesare y el juicio contra Leggio y otros mafiosos de la región de Corleone —el juicio de Bari— fue revisado por una instancia superior. En la revisión del juicio se decidió condenar a Leggio a cadena perpetua por el asesinato del anterior capo mafia de la región, el doctor Navarra. La investigación que algunos años antes había dirigido Cesare daba ciertos frutos en lo que respectaba a lo judicial. Para cuando se emitió la sentencia de segunda instancia, Leggio ya estaba prófugo. Inmediatamente después de salir absuelto en el juicio de Bari, Leggio se trasladó hacia el norte de Italia y se movió libremente por esa región, a pesar de la orden de captura. En 1974, producto de una investigación por reiterados secuestros extorsivos que las tres organizaciones mafiosas —la Camorra, la ‘Ndrangheta y la Cosa Nostra— realizaban en el norte del país, las fuerzas de seguridad se toparon con Leggio en medio de un allanamiento en la ciudad de Milán. Ingresado a prisión, Leggio siguió dirigiendo a su familia mafiosa y mantuvo una cierta ascendencia dentro de la Cosa Nostra, aunque esta se fue diluyendo con el tiempo.

Desde que Cesare ingresó al poder judicial, allá por 1946, su compromiso y talento lo transformaron en un referente en la lucha contra la mafia. Su dedicación al trabajo siempre estuvo acompañada por un estudio multidisciplinario del fenómeno mafioso. Cesare fue uno de los primeros en reconocer la transformación de una mafia predominantemente agraria hacia una de tipo empresarial, citadina y tendiente a internacionalizarse. Esa transformación, que en la economía general se produjo durante la Edad Media, en la mafiosa comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, con el desarrollo del narcotráfico, del sistema financiero y la reconstrucción de una Europa destruida por la guerra. Cesare identificó transformaciones históricas de método y estructura dentro de la mafia, pero reafirmó que la mafia seguía siendo la misma de siempre, con los mismos objetivos. “En 1963 se hablaba de una nueva mafia. Pero la mafia es una sola, y siempre es la misma. Como fenómeno criminal, como costumbre, no cambia. Lo que cambia son los métodos, la inserción en una determinada realidad social y económica. Podríamos decir que se mueve según las necesidades del momento”, declaraba Cesare en una entrevista periodística publicada el 23 de septiembre de 1979.
Para esa fecha, Cesare se había mudado —junto a su esposa Giovanna— de oficina, de casa y de región nuevamente. Estaban otra vez en Sicilia, en su tierra. Terminado su segundo mandato como parlamentario en junio de 1979, había solicitado su reincorporación al poder judicial, en este caso en el Tribunal de Apelaciones de Palermo, el paso previo a dirigir la Oficina de Investigación, desde donde podría encabezar las investigaciones contra la mafia. Cuando volvieron a Sicilia, Giovanna comenzó a vivir con cierta intranquilidad. Hacía pocos meses, Boris Giuliano, el jefe de la Escuadra Móvil de Palermo, un policía reconocido en varios países por su capacidad para investigar redes internacionales dedicadas al tráfico de drogas, había sido asesinado cuando se disponía a desayunar en un bar de Palermo. La facción de los corleoneses, desde el asesinato de Navarra, había comenzado a eliminar a los mafiosos que se opusieran a su ascenso en la estructura de la Cosa Nostra. Ese grupo de campesinos ignorantes, dotados solo de salvajismo y ambición de poder, determinó que la estrategia para eliminar los obstáculos internos debía ser la misma para quitar los obstáculos externos: periodistas, policías, fiscales y políticos que se oponían a la libertad con la que la mafia gobernaba gran parte de la isla de Sicilia. Si bien Cesare sabía el riesgo que suponía volver, confiaba en una parte de la historia mafiosa en la cual se evitaba atacar a los representantes del Estado. La tesis de la mafia refería —y refiere— que no es bueno para los negocios derramar sangre de manera innecesaria.
La muerte era algo común en Palermo. Los asesinatos en la prensa recibían una cobertura casi rutinaria, como cuando se cubre una guerra en cualquier punto del planeta. En este caso, era una guerra a cuentagotas. El 25 de septiembre de 1979 fue un día aplomado, pesado, seguramente por el clima, aunque quizás también porque la atmósfera estaba repleta de pólvora quemada y sangre. Cesare y Giovanna ocupaban un departamento en un tercer piso en el centro de Palermo. Como todas las mañanas, su amigo y custodio Lenin Mancuso pasaba a buscarlo en el auto de Cesare para ir hasta el Tribunal de Palermo. Cesare y Lenin habían transformado una relación de trabajo en una amistad profunda y sincera.
El centro de Palermo es un caos vehicular, y lo era también en ese entonces. Lenin había estacionado el auto algunos metros más adelante del portal del edificio por donde salía Cesare. Lo esperaba en la puerta, lo saludaba y le entregaba las llaves del coche. A Cesare le gustaba manejar. Caminaron esos pocos metros entre el portal del edificio y el auto mientras conversaban. Cesare se sentó frente al volante. Lenin, en el asiento del acompañante. Cuando Cesare se disponía a poner la primera marcha, dos coches se cruzaron frente al Fiat 131 Supermirafiori azul del magistrado, bajaron tres hombres armados y comenzaron a disparar. Caminando y disparando, se fueron acercando al auto. Lenin intentó primero cubrir a Cesare, luego bajar del vehículo y extraer su arma para repeler la agresión. Fue inútil. El poder de fuego de tres de los cuatro sicarios en la escena del crimen era ampliamente superior al de Lenin. Uno de ellos siguió caminando hacia el auto, se colocó a un lado y desde atrás disparó un último tiro en la nuca de Cesare. Vidrios, sangre y una cabeza mayoritariamente descubierta, levemente inclinada hacia su derecha, con el mentón apoyado sobre la parte superior del pecho y unos anteojos en la punta de la nariz a punto de caerse, componían la escena que lamentablemente terminaba protagonizando Cesare. El resto de su cuerpo se mantenía en equilibrio por el peso inerte de su fragilidad y por las fuerzas vencidas de los brazos caídos a los costados del asiento. Lenin, mientras intentaba defender a Cesare, también fue alcanzado por las balas. Moriría unas pocas horas después en el hospital.

Quien había ordenado y ejecutado los asesinatos era algo evidente. En especial, quien los había ordenado. En 1982, en Calabria tuvo un primer juicio por la muerte de Cesare y Lenin. Giovanna, la viuda, se constituyó como querellante en la causa. El acusado era un viejo enemigo de Cesare, un hombre que se había irrespetado por perseguirlo judicialmente y por sugerir en su propia cara que era un bastardo: Leggio. En el juicio, el mafioso de Corleone resultó absuelto. Dos años más tarde, sobre la base de la declaración de Tommaso Buscetta, el mafioso que decidió colaborar con el juez Giovanni Falcone, se reabrió la investigación y se acusó a la cúpula -la Comisión- de la Cosa Nostra como los autores intelectuales del asesinato de Cesare. Nuevamente la investigación se cerró por falta de pruebas y nadie fue condenado por los homicidios. Giovanna seguía participando en las acciones judiciales que buscaban determinar quiénes eran los asesinos de su marido y el amigo de este. Un año despues del asesinato de Cesare y despues de atravesar una profunda depresión, Giovanna se integró a la “Asociación de mujeres sicilianas para la lucha contra la mafia”, la cual se dedico a acompañar a mujeres y familias desgarradas por la mafia, y a concientizar a los jovenes sobre las consecuencias de las actividades de la mafia. Giovanna en una entrevista expresaba: “Me hundí en un abismo sin fondo, por un tiempo perdí la noción del tiempo. Entonces la vida se reanuda más o menos lentamente, aunque una muerte de este tipo no se olvida. No se olvida porque al dolor se le supone el horror, la gratuidad, la vulgar brutalidad del asesinato, la violencia que afecta también a la dignidad de la persona física. Al principio, el instinto es encerrarse en el propio dolor, no se piensa en absoluto en ponerse en juego. Eso es lo que yo también he experimentado. Pero luego tuve la sensación de no ser la protagonista de una tragedia solo personal, sino de una tragedia colectiva, que el peligro amenazaba a toda una sociedad, no solo a mí.”
Dieciocho años después de los asesinatos, tres mafiosos colaboradores de la justicia aportaron nueva información sobre el crimen y permitieron abrir la causa otra vez. Estos tres indicaron que Leggio solicitó a la Comisión la autorización para asesinar al juez -autorización que fue dada-, y que el cuarteto de sicarios estuvo integrado por mafiosos de alto rango; uno de ellos, el cuñado del ignorante y sanguinario Toto Riina, líder máximo de la Cosa Nostra. En esa tercera investigación, Leggio, los miembros de la Comisión y tres de los sicarios fueron condenados a cadena perpetua.
El recuerdo de Cesare está aún presente en Italia y otras partes del planeta. Un funcionario judicial adelantado en su tiempo, que supo identificar los cambios dentro de la estructura criminal, la evolución en el salvajismo de sus métodos, de manera premonitoria también había elaborado su testamento. Un manuscrito cargado de amor y reflexión, en la cual Cesare les agradece a su familia y a su gran amor Giovanna por las enseñanzas y el acompañamiento a lo largo de su vida, las cuales lo transformaron en el hombre y en el magistrado que hoy en Italia y otras partes del planeta lo recuerdan.
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